Al enterarse que nuestra llegada tarde a casa se debía a que habíamos estado jugando en la cancha “El Remanso”, nuestros padres preocupados por la demora, luego de darnos la respectiva reprimenda, nos decían que nos exponíamos al ataque de un monstruo sin cabeza y echando sangre por la nariz, agredía a quienes se atrevían a pasar en la oscuridad por la cañada, que era un paso obligado entre la cancha, y las primeras casas del barrio.
Con el propósito de seguir acudiendo al lugar, ideamos estrategias para protegernos de esa horrible bestia; tales como marchar agrupados, y tomados de la mano, además de portar garrotes para defendernos en caso de ser necesario. Cada vez variábamos el orden de la fila, dejando adelante a quienes considerábamos más fuertes, sin embargo, siempre pensábamos que la mejor manera era mantenerse alerta y emprender veloz carrera para alejarnos del peligro que nos acechara.
Fueron muchas travesías llenas de terror las que hicimos por ese lugar, claro, siempre a escondidas de nuestros padres, y nunca nos apareció el monstruo, lo que atribuíamos a nuestros planes para contrarrestar su ataque, además, siempre estábamos convencidos que “soldado prevenido no muere en guerra”.
Después de muchos años, con el fin de atemorizar a mi hijo para que no asistiera a la cancha “El Remanso”, utilicé la misma historia que de niño me contaban mis padres, sobre el monstruo sin cabeza que hecha sangre por la nariz, —y que logró alejarme durante un tiempo del lugar—, cosa que dio resultado por unos años, pero, un día al repetirle sobre el peligro que representaba el paso por esa cañada y la aparición del monstruo, me escuchó sin mucha atención, y de soslayo, pude ver que contenía la risa, y me miraba con cierto grado de compasión o, quizás de burla. Tal vez ahora esa historia no lo convencía
FIN
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