Siembra

Siembra

Lourdes

12/01/2025

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El niño correteaba por aquel paisaje otoñal cubierto de hojarasca que, como parda alfombra, cubría los senderos que serpenteaban por las extensas planicies y se encumbraban montaña arriba.

—Papá: ¿a dónde vamos? —preguntó el pequeño.

—A sembrar —respondió el padre, esforzándose por seguirle el paso a su hijo.

—Pero… ¿Cómo es eso? ¿Vamos hacia la montaña a sembrar? —se extrañó el niño.

—¡Pues claro! ¡Cómo si no! —exclamó el padre—. ¡No será que no me has visto hacerlo mil veces!

El niño se detuvo al llegar a la bifurcación del camino y miró a su padre.

—Yo me quedo aquí —confirmó él, señalando sus muletas.

—Pero, papá… —se quejó el pequeño—. No quiero ir solo. ¿Y no puedo seguir por la llanura?

—No. Para sembrar nubes hay que subir. Ya lo sabes —afirmó el padre.

Al niño le vinieron a la memoria aquellas historias que su padre le contaba, de tiempos pasados, en los que él no había nacido. Historias que se le antojaban cuentos fantásticos, que le gustaba escuchar antes de irse a dormir y que hablaban de una especie de locura que poseyó a los humanos, que se volvieron muy malos con el planeta Tierra, hasta matar todo lo vivo. Incluso, dejó de llover. «¡Con lo chula que es la lluvia!», pensaba.

—Tengo miedo. ¿Y si ellos quieren comerme? —musitó el muchachito.

—No temas. Lo harás muy bien —sentenció el padre, abrazándolo.

El crío se quedó en silencio, escuchando el rumor de las hojas mecidas por el viento.

—Guárdamelos —se despidió el niño, vaciándose los bolsillos de cromos y gominolas, dirigiendo sus pasos hacia el camino empinado que conducía a la escarpada cumbre donde se encontraba el nido.

Armado con unas bengalas cargadas de sal y en vuelo ascendente hacia los cielos a lomos de un majestuoso buitre Grifón, niño y bestia se elevaron hacia lo más alto, hasta perderse de vista. Y allí, flotando en la inmensidad de la atmósfera, el crío lanzó su carga salada, que, como enjambre de nacarados cristales, empezó a flotar cual brillante confeti entre las nubes.

El padre se quedó quieto, con la mirada perdida en la vasta atmósfera, aguardando el regreso de su hijo.

Para cuando el niño hubo aterrizado de vuelta, estaba empezando a llover.

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