Niño de provincia

Niño de provincia

Roberto

12/01/2025

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El ritmo agresivo de la capital lo conocía por mis visitas a la familia, pero vivir ahí era otra cosa, mis padres me enviaron a la capital a casa de mis tíos, para estudiar la secundaria, y para mis gastos diarios bastaba una moneda de un peso; sesenta centavos eran intocables por el transporte y el resto para golosinas; al año ya había cambiado los dulces por cigarros sueltos, que vendían enfrente de la secundaria. La nueva vida me estaba gustando, no tardé en hacer nuevos amigos, “un hormiguero no tiene tanto animal”, decía Chava Flores en su canción —Sábado Distrito Federal—, en la media hora de asueto o recreo con más de dos mil alumnos juntos, se creaba tal alboroto en el gran patio, que un motín penitenciario se quedaba corto.

Llegaron las vacaciones y en complicidad con dos de mis primos, y gracias a un anuncio clasificado, logramos conseguir empleo como ayudantes; para ello, tuvimos que falsear nuestra edad, pero lo logramos. No había necesidad en casa, pero para nuestros gustos, y las salidas con las chicas, era prioritaria la marmaja; en pleno invierno, con mis manos congeladas y tiritando, me reconfortaba el café hirviendo, que doña Pancha vendía afuera de la construcción; mis padres no sabían que en el trabajo caminaba por las vigas de acero, de saberlo, les da el soponcio, y más, si hubieran visto al gordo Efraín cuando resbaló y quedó colgado de una de esas viguetas a diez metros del suelo, por fortuna lo rescataron; solo fue el susto y la barriga toda raspada; obvio no conté nada en casa.

Así inicié mi adolescencia; cuando llegó la tradicional espera de los Reyes Magos, aunque el anhelo ya no era el de años atrás, los regalos entusiasman, y al pie del árbol navideño, uno de mis zapatos se adornaba con una bolsa de chocolates y una caja en papel navideño; apresurado retiré la envoltura y encontré un pequeño avión con un cable y su control; parecía interesante, ultra moderno y novedoso.

Salí de casa para descubrir las monerías del artefacto, con mi control en mano el pequeño avión volaba en círculo ligado al cable a no más de tres metros de radio; lo habré volado diez minutos, me sentí un perfecto idiota viéndolo dar vueltas a mi alrededor. Frustrado lo regresé a su caja y sin ningún comentario, me dispuse a disfrutar mis chocolates.

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