A dos cuadras de la estación de ferrocarriles muy cerca del almacén costero del señor Constenla. Se encuentra un aparcamiento cuyo lugar lo usan como plaza de juegos unos niños, del cual se divierten entusiasmados con una pelota de cuero sintético, se trata de Roberto, Fernando, Mauricio y Marisol. Persiguiendo a ese balón de fútbol, todos tratando de dar chute.
-¿No deberías estar en la casa acompañando a la mamá? – expresa Fernando
-¿Tendrías que estar jugando con muñecas? – replica Roberto
-¡En la casa no hay nadie!, tengo que cuidar a mi hermana Marisol, mis padres salieron de compras al supermercado – justifica Mauricio
En el momento menos indicado, Marisol se enoja con los niños deteniendo el juego al tomar con las manos el balón, diciendo; -¡yo me cuido sola! – mirando a su hermano con sus hermosos e inocentes ojos verdes escondidos entre su larga caballera rubia cómo espiga de trigo maduro en verano.
Su nombre para esta pequeña niña es la símil figura retórica del mar y el sol.
-Está bien, te puedes quedar con nosotros pero con una condición, no tienes que repetir la misma palabra que vamos a decir. – explica Fernando
-¿Y cuál es aquella palabra tan importante, ah? – insiste Marisol haciendo rebotar la pelota
Mauricio levanta su mano derecha y dando una señal todos los chiquillos gritan al unísono; ¡Goooool!
-¡Esta bien, quiero jugar con ustedes!, – Marisol dando un fuerte puntapié arroja el balón sintético por los aires.
Mauricio, Fernando y Roberto corren detrás hasta alcanzar tal pelotilla llegando a un arco hecho con un montón de piedras. Mauricio chuta y ¡Gooooool!, se abrazaron los amigos en el acto, formándose un alboroto de alegría, gritería y risas que no paraban. Mientras tanto Marisol se tapa su rostro con las manos, las burlas de los muchachos hacia Marisol no acaban. Sin comprender la actitud de su hermano, Marisol le advierte a Mauricio; ¡le voy a decir a papá que saliste por la ventana, la llave de la puerta la tengo guardada en el bolsillo de mi pantalón corto !, Marisol se va corriendo a su casa perseguida por su porfiado hermano. Entretanto yo, sentado en la acera junto a mis amigos Fernando y Roberto riéndonos de la actitud de aquellos inolvidables compañeros de la infancia, al mismo tiempo una bandada de gaviotas pasan volando por encima de nuestras párvulas cabezas emitiendo sus graznidos en este marco de cielo claro.
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