La primera acción del día consistía en dar una vuelta de reconocimiento al exterior de la casa; solía comenzar por el patio para observar a los naranjeros. Julián sabía todo sobre árboles y aves. Cuando descifró los jeroglíficos, convertidos en particulares letras y estas en palabras, comprendía todo. Ahora nada era enigmático. Eso pensaba el niño, ignorando lo difícil que es desentrañar el ánimo o la intención de alguien.
Afuera, en la calle, el perro ladraba. Julián podía adivinar a quién aullaba. Se trataba de Ramón, el jardinero mudo, que andaba en su bicicleta. Y Canelo, que no era de su casa, pero que dormía frente a ésta; se molestaba cada vez que el jardinero de la escuela pasaba en su bici. Le pareció extraño que Ramón pasara tan temprano, porque era domingo.
Dos silbidos inquietaron a Julián; él deseaba permanecer en solitario por más tiempo y ya no le era posible. Debía atender al silbador, a su vecino Pedrito; considerado como uno más de la familia, y si él no le abría la puerta, su padre lo haría. Dada esa valoración y la condición de vecino, Pedrito se presentaba como un amigo obligado; siendo que el verdadero amigo de Julián vivía al otro extremo del pueblo y no era amigo de Pedrito. Era tanta la convivencia, que aparte de vivir cerca, también estudiaban en la misma escuela y aunque Pedrito era dos años mayor, cursaban igual grado.
Pedrito atravesaba el pasillo y con cara de alegría le saludó.
―Hola Julián. ¿Habrá fiesta hoy?
―Una torta, nada más. Mi hermana prefiere que le den dinero y no gasten en fiestas.
―¿Y quién le dará plata?
―Mi abuela. Ella vendrá en la tarde.
―Me guardas un pedazo de torta. Hoy voy a trabajar con Ramón.
―¿Haciendo qué?
―Lo que él me diga.
A las tres de la tarde se presentó la abuela y no había manera de tranquilizarla. Finalmente recuperó la calma y narró de su congoja.
―Un niño me dijo que tomara el camino corto y le hice caso. Cuando el hombre me llamó, el niño ya no estaba. Ese hombre me robó todo, y que Dios me perdone, se parecía al mudo Ramón, pero un mudo no puede hablar.
Oscureciendo aquel domingo; Julián y Canelo esperaban en la calle. El perro comía un pedazo de torta. Julián se paró a mear en medio del camino. El coraje envolvía.
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