Destierro

Destierro

JotaDeArte

09/01/2025

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Hoy he vuelto a la calle de mi infancia. De repente los detalles se han apilado despertando mi memoria dormida. He caminado hasta mi portería en la que me he adentrado, con cautela, replicando pasos que mantenía olvidados. La puerta del que fuera mi hogar se mantiene intacta, aunque la alfombrilla indica que lo habita una vida nueva. La imagen me ha devuelto a la edad en que no alcanzaba a llamar al timbre.

En aquel tiempo todo duraba más. Abrigos, pantalones y jerséis pasaban de hermano en hermano. También las amistades eran más permanentes. Siento que mucho de mí se quedó aquí. Entre estos muros lloré mis tristezas y reí mis alegrías, sacié mi hambre y forjé mis primeros sueños. Nada importaba más que lo próximo, un pequeño universo en el que compartíamos la vida por sencilla que fuera.

Me veo bajando las escaleras de la mano de mi madre o subido a hombros de mi padre. Me veo también adolescente, sentado en la oscuridad, despidiéndome de Félix y Julián. A la mañana siguiente nos mudábamos al extremo opuesto de la ciudad. Nunca más supe de ellos.

De vuelta al exterior, dos calles más abajo descubro que el descampado es ahora un parque urbano. Árboles y plantas se alternan con modernas construcciones de madera y un gran techado central, bajo el cual los bancos se agrupan de dos en dos. Antaño había que saltar una tapia para acceder al lugar, hacerlo incluía desobediencia y riesgo, allí encontraba cada vez la promesa de un nuevo sueño. Me sentí mayor tan pronto como mi altura fue suficiente para salvarla. En el centro gobernaba un promontorio en cuya cima crecía un pequeño árbol. La aventura se convertía en absoluta llegando hasta él, ya que el premio era lanzarse en vertiginoso descenso por alguna de sus laderas. Nunca fui demasiado valiente y, a menudo, preferí pasar por tonto y mantener la cautela que lamentar accidentes de importancia, por lo que me llevó un buen tiempo atreverme. 

Desde la primavera el sol se ocultaba cada tarde tras la tapia, pintando de naranja las nubes. A punto de oscurecer regresaba a casa sucio y agotado, pero con el corazón saciado de emociones. Sustituyo hoy aquellos juegos por un libro y un cuaderno en el que relato estas últimas horas, un reencuentro íntimo con el lugar en el que siempre fui feliz.

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