Funeral para un Girasol

Funeral para un Girasol

Vidal

02/02/2025

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Crecían sabinos que daban asilo a chipes y charas en aquel arroyo, y una suave sombra a Fernando. Atrapar bichos y peces  era su mayor diversión. Los metía en un frasco, los veía un momento, los soltaba. 

Acompañado por su hermano mayor, atrapó a una rana, y aquel le propuso, atrapada en el frasco, arrojarla al riachuelo. Corrieron por el lecho tras el pequeño ataúd plástico hasta que se perdió al caer por una cascada. Fernando se asomó al vacío con el corazón apretujado y el terror de aquella inocente en su torturada reflexión.

Regresaron al hogar sin decir una sola palabra, él se sentó encogido en la jardinera de piedra. 

Se le acercó su madre y se puso de rodillas. Al levantarle el mentón, le descubrió la conciencia derramada en lágrimas. La abrazó por el cuello:

—Mamá… ¿vamos a morir algún día?.

Se quedaron en silencio unos segundos.

Ella sonrió: «Sí, pero falta mucho. Voltéate y mira el girasol: cómo las mariquitas comen pulgones y las arañas atrapan mosquitas blancas entre el tallo y las hojas. ¿No es bello que toda vida y toda muerte tenga un propósito? La vida es hermosa, hijito, a pesar de todo». Lo besó en la frente y le limpió las lágrimas.

Se hundió su mamá en un ataúd de caoba, un noveno día de febrero, bajo la sombra de una coposa anacahuita. Dio un suspiro al asomarse y le arrojó un girasol. «Ha pasado, desde aquel día, un instante». Se subió al coche junto con su papá y hermano.  «En un instante, yo». Avanzaron lentamente; de la tumba no apartó la mirada hasta que doblaron la esquina. «Me obligaste a morir sin espanto». 

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