En la restauración no está la cabeza de Hun-Hunahpú

En la restauración no está la cabeza de Hun-Hunahpú

Siles Cobara

14/02/2025

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Mientras envejecía se multiplicaban los murciélagos hijos de «Camazotz», que salían de bocas familiares diciendo: 

-Pero mas grande papa, en óleo, que se entienda lo que pintas.

Razón suficiente para legarme algunas. -Si las «querés».  

Mientras remuevo las legañas de sábado noto una diferencien en su proyecto «La caza de Hunapú e Ixbalanqué». Colgado en mi pasillo, casi traslúcida, se suspende una calavera salivando hacia montañas que asemejan la palma de una mano. Al parecer la paleta crepuscular es un inframundo que sostiene el cráneo de Hun-Hunahpú. Al frente un venado huye de los héroes quichés. 

Independiente de su dudoso estado, me narró incansables veces de niño la derrota de Vucub-Caquix, y la remoción de sus dientes. Mientras mostraba sonriendo los que le faltaban. En su sala finalizó en un mural «La caza de Hunapú e Ixbalanqué» . Allí se sostuvo su genialidad por años. Pero los encargos privados fueron humedeciendo la pared y desmoronando algunas secciones. Con atrevimiento le recordaba que a Vucub-Caquix también le habían quitado los ojos y se los habían reemplazado con maíz. -Patojo cabrón jajajaja.  Llegaba a su término acentuándose algo similar a una ceguera. Las casas mortales destruían ideas. ¿Sería él el venado cazado? 

Repetía -Lo más importante es la familia. Contrastando su pasado diluido y ausencia general de casa. Brillaba la doble naturaleza de su dedo pulgar, menudo y lleno de callos. Esbozando la vegetación que acompañaba a los guerreros quichés y a su vez pinzando la bragueta para vaciar sus ideas en una cantina. La imagen pulcra y digna de los sábados por la mañana que otrora sería piel amarillenta, estómago inflado, pupilas dilatadas. Hay que reconocer, pruebas de fuerza bruta que le vertió el mundo al abuelo, la belleza del haz de luz que se filtraba al sacar el «octavillo» del bolsillo trasero, su olor a crema y la genialidad de su composición en muralismo histórico.

Rememoro su olor particular y el pulgar al alcanzar mis costillas, -«chiqui chiqui chiqui chiqui», como las cuatro campanadas de la radio. Me sienta en su estudio, abstraído por un mundo creado por ese otro mundo. Mientras opera diluyentes, enchufa la extensión, enciende dos regletas y sintoniza a Sibelius en Radio Faro Cultural.

En su casa se perdió el mural en una «restauración post mortem», pero en mi pasillo está ahora él, en ese camino de montañas-mano, trazando geografía, marcando pueblos perdidos. Riéndose de los dientes de Vucub-Caquix, llenando su piel de sol. Se le ve claro, definido, instruido del santo y seña por si las balas, en su burro. Su rostro apunta a las formas sutiles y vivas en objetos inanimados. 

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