Categoría: comunidad educativa
Querido Uriel:
Estoy en un sitio en el que veo sin comprender una luz celestial que brilla a mi alrededor. Todo lo inunda una cegadora esperanza que no penetra en mí. Ni la comprendo ni la deseo, porque mi corazón sigue latiendo al ritmo del ardiente deseo de arrasar y devorar todo.
Lo único que parece no haber cambiado es que aquí también me siento como la extraña chica que mira con ojos profundos, que razona con el corazón y siente con la cabeza. Todos parecen experimentar algo que a mí me falta. O quizá sea al revés, y yo sea la única abierta a otras posibilidades.
Aun soy la misma chica que conociste: revolucionaria pero reflexiva; impulsiva pero profunda; insondable pero trasparente. Esta paz impuesta no me llena ¿dónde queda mi libertad? Yo no habría elegido venir aquí. Nada tiene sentido en esto que llamáis paraíso.
Y menos sin ti. Tu coherencia maravillaba mis entrañas hasta el punto de obligarme a hacerme esas preguntas trascendentes que, por mi juventud, aun no quería afrontar: ¿qué quiero ser? ¿qué sentido tiene lo que hago?
¿Por qué estás tú allí? ¿Dónde ha quedado esa justicia humana que con tanto afán practicabas? ¿Y la justicia divina? La recompensa de los justos no debería pertenecer a quienes no nos la hemos ganado. Reconozco que aun necesitaba varios veranos para acabar de madurar, pero no era tan joven como para llamarme inocente.
Pese a la distancia, y mi incomprensión del presente, el recuerdo de tu forma de vida sigue cultivando en mí cuestiones que me harán avanzar. Lo haré por ti. Lo haré por mí. Lo haré por seguir juntando palabras que den sentido a lo que siento.
Gracias.
Tu alumna, Minerva
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