Categoría: Comunidad educativa–
Me levanté del suelo de mala gana para hacer el recado que me había ordenado mi padre que, sentado a la mesa del bar junto a un gin-tonic, seguía apostando en el guiñote. Rafael lo miraba embobado, mientras rodeaba la mesa descubriendo las cartas que cada uno de los participantes guardaba con recelo, intentando averiguar la siguiente jugada de nuestro padre. No solía perder, era un gran maestro a este juego de naipes que, desde pequeño, había aprendido presenciando interminables partidas.
En cada jugada se producía una secuencia de improperios que retumbaban en las paredes del viejo caserón reconvertido en el bar del pueblo. La mirada divertida de Rafa, así como su silencio obligado, contrastaba con el enfado que mostraba algún jugador por el desenlace de la mano.
El calor del verano deshacía los hielos rápidamente, acelerando los pedidos a Loli, que aguardaba paciente la señal para ir a rellenar los vasos. Don Jorge hacía aspavientos, intentando separar con su regordete índice el alzacuello de su pegajosa piel. Don Lorenzo, vestía de largo a pesar del verano, intentando dar aspecto de distinguido alcalde, lo que hacía que, a media partida, sintiera la necesidad de relajar el nudo de su corbata. El humo de los cigarrillos no ayudaba a sus respiraciones jadeantes sin que, en ningún momento, cedieran a la cordura y dejaran de lado el tabaco. Los otros dos jugadores se sentían más frescos con sólo mirar a sus adversarios enfundados en sus asfixiantes atuendos.
Mi padre, tras robar del montón, me miró impaciente haciéndome gestos para que me apresurara con su encargo, mientras daba una palmadita en la cabeza a su orgulloso chiquillo.
Contrariada, no pude más que echar un último vistazo al nuevo televisor que Loli acababa de comprar, el primero del pueblo. En ese momento, Pablo Mármol golpeaba furioso la puerta de la casa de piedra de Pedro, mientras Betty intentaba rebajar la tensión de su compañero.
Recogí las diez pesetas que me ofrecía mi padre desde su ahumado espacio y salí corriendo hacia la plaza del pueblo. El panadero tocaba la bocina.
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