Ejercicio ambientes casa no sabe hay mal

Ejercicio ambientes casa no sabe hay mal

Carlos Tolmo

06/04/2021

Me gusta mi trabajo. Me llaman sicario, se ríen de mi cuando les digo lo que hago, incluso hay gente que se aparta, como si estuviera sucio. Joder ¿qué coño me critican? Es lo típico, hablan por hablar y luego cuando les hacemos falta nos llaman enseguida: ¡vengan rápido por favor!, ¡ayuda!, que esto es un desastre, que así no se puede vivir, con eso lleno de cucarachas… En fin.

No es por eso por lo que me gusta. Eso es lo peor, lo falsa que es la gente. Me gusta porque no pagan mal y no me toca dejarme las costillas cada día. Que sé lo que es, trabajé un tiempo en la ferralla, eso sí que es jodido. Además esto es como una multinacional y la gente va un poco a su aire. No es como estar en una empresa familiar, que tienes al jefe encima todo el día. Nadie me vigila mucho y voy a lo mio. Pero lo que me gusta de verdad es que de vez en cuando me puedo echar una siesta. Esto no se lo digo a nadie, claro.

Hoy se supone que tenía toda la tarde para la revisión del casoplón de la calle Olmo, pero son ya las seis y ni he llegado. Me he tirado todo el puto día en el piso ese del Retiro. El aviso decía que no había casos y pensaba que iba a ser de trámite, pero nos la habían colado. Ven dos o tres, lo van dejando y ni avisan ni dicen nada no vayan a pensar que son unos guarros. Y luego cuando llaman ya está liada. Total que la casa estaba infestada de germánica. Estaban instaladas por todas partes. Al mover la lavadora salieron como un río: el perro se puso a correr y ladrar, los gatos tirando cosas, un cromo. Todo el día perdido.

Llegué a Olmo a las seis y media pasadas, el tráfico estaba imposible, y eso que no había empezado a nevar aún. Sonó el móvil. Joder, Vane me iba a matar. Habría escuchado el audio avisándola de que no podía recoger a los críos del cole. Ya la llamaría al salir. Antes de entrar a la casa abrí un Twix y me comí las dos barritas. Siempre me como solo una antes de entrar y la otra de premio al salir de cada trabajo, pero me apetecía. Lo leí en una movida de estas de autoayuda, que hay que darse premios, cuidarse, que todos fallamos. Aún así no me supo tan bien como otras veces. Menos mal que me quedaba una de sobra.

Entré e hice una visual por el piso de abajo: no había bajas. Raro para una casa tan antigua. Subí rápido a la buhardilla para empezar a tratar por allí. Solo tendría que estar mirando las trampas, pero en la primera visita me había quedado dormido más de la cuenta y se me quedó por hacer. Como no vivía nadie lo mismo daba. Iría de arriba a abajo, me puse los cascos y empecé a trabajar. La buhardilla era flipante, lo típico de las pelis de miedo: un montón de trastos con pinta de antiguos cubiertos con sábanas, bastante polvo y la cama donde me dormí, que yo había vuelto a cubrir también. Había también una claraboya y vi que se estaba haciendo de noche rápido. Joder. Puse trampas por el perímetro, los marcos de la puerta, las ventanas, lo típico. Apenas me llevó unos minutos, pero empezaba a sudar. La edad, que no perdona, me dije riendo.

Bajé al primer piso para revisar las trampas del dormitorio principal. No había nada en ninguna, ni el cebo. Joder, ¿lo había puesto?. Estaba seguro de que sí porque apunté la medición. A lo mejor la vi mal con las prisas, no sé. Entré al baño a por algo de agua, a veces no la cortaban aunque no viva nadie. Era todo de mármol y el lavabo era grandísimo, con grifos antiguos de bronce. Intenté abrirlo pero estaba atascado. Apreté usando toda la mano y lo hice girar, pero me corté la palma y empecé a sangrar. Me llevé rápido la mano a la boca pero cayó algo al suelo. Encima no había agua. Rompí un trozo de trapo y me vendé como pude. Me miré al espejo. Estaba empapado. No sé si el calor salía de mi o era la casa, pero me estaba empezando a agobiar. Me habrían sentado mal los sánwiches de cangrejo del súper, tenían pinta de estar calientes. Me di unos ánimos, subí el volumen de la música y volví al trabajo.

Como iban a disfrutar los chavales en una casa así. Cada uno con la habitación a su gusto. Se seguirían peleando por el baño, pero no tendrían que estar en una litera y turnándose la mesa para hacer los deberes. Qué perra es la vida. No saben lo que les espera. Continué revisando las trampas. Lo mismo: nada en la siguiente. Nada de nada: ni una araña. Solo alguna pelusa pegada al adhesivo en quince días. Las demás habitaciones estaban igual. No quise darle más vuelta, solo quería terminar. Iba a bajar de piso pero me acordé de la sangre del baño. No estaba. La había visto caer, había visto el suelo manchado. Me miré otra vez al espejo. Tenía la ropa pegada y la separé. Hizo un ruido como cuando te quitas una tirita. Me estaba mareando y empecé a sentir un hormigueo por todo el cuerpo, era como un escalofrío a medias. ¿Por qué coño me tenía que pasar esto a mi joder? Solo quería terminar la puta casa e irme ya. Mierda. Mierda. ¡Mierda!.

Respiré hondo y volví a la planta baja. El móvil otra vez. Era Vane. Colgé. Ya no la quería. Los hijos no lo habían arreglado. Tenía que terminar la casa. Fui a la cocina a ver si había agua. Tampoco. Me senté encima de la chocolatina. Me había olvidado de que la tenía ahí. La saqué. Estaba derretida y se me pegó a la mano. Todo me sale mal. Soy una mierda. ¡Soy una mierda! Todo lo que toco lo rompo, me quedo durmiendo. No valgo para nada. Tengo que terminar. Me levanto y mancho la mesa de chocolate. No hago nada bien. Me mareo, voy a caerme, consigo apoyarme en una pared. Está vibrando y caliente. Será un terremoto. Vomito. No me gusta mi vida. Tengo que terminar. No puedo parar de llorar. Me esperan en casa, voy.

Abrí la puerta del sótano.

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