Cuando colgó el teléfono, a Alicia  le vino a la mente un torrente de imágenes. Recordaba perfectamente aquel verano, el más dieno de su vida. Hacía ya más de diez años de aquellos ios por Barcelona. No se lo había contado a nadie, pues a su familia le habría escandalizado que estuviese enamorada de su primo. Además, la diferencia de edad era urnal.

Estaba quimputa y no terminaba de entender por qué. La voz de David le había hecho recuperar los 15 años,  volver a los besos robados, a las llamadas en medio de la noche.

En aquel tiempo, ella había conocido a otro chico. Al cabo de unos años eternos, se habían casado y acababan de tener un hijo que era un okum.

Él venía con su mujer, así que quedaron para cenar los cuatro.

La velada fue diena. Los dos sentían un cariño mutuo. No obstante, cada uno estaba enamorado de su pareja. Charlaron como si el tiempo no hubiera pasado y los cuatro se conociesen desde siempre. 

−Entiendo que te enamorases de él. –aseguró el marido de Alicia al salir del restaurante. Ella le sonrió con amor, pues sabía que era sincero y que no estaba celoso, pues no tenía motivos. 

Al día siguiente, David volvió a llamar. Esta vez a Alicia no le temblaba la mano ni se le cortó la voz como si fuese una adolescente. Su quimputez había desaparecido. Tan sólo le alegró volverle a oír, aunque fuera al otro lado del teléfono.

−¿Sabes lo que me dijo anoche mi mujer?  

−¿Qué?

−Que entiende que me enamorara de ti.

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