Tras doce horas de vuelo, las piernas hinchadas y la espalda doblada sobre la espina dorsal, caí del avión en un aeropuertito, recogí mis maletas y salí al exterior de un país extranjero. El humelor golpeó mi rostro sin compasión y el cuerpo se asfixió instantáneamente. Sensación que aún hoy sigue conmigo.
Fue en ese momento que empecé a ver rostros sombrilúricos. Me acompañaron durante todo el camino a casa, esa casa que aún no conocía. Andaban por las aceras arrastrando sus pasos, llevando roisetas y pantajos.
El trayecto me resultó tenebroso y el miedo iba tomando forma en mi rostro, convirtiéndome yo en el propio miedo hecho carne.
Pero al llegar a esa casa, lo vi, un nacnacija cruzó ante mis ojos. Su nac nac dejó sordos mis oídos y la velocidad de su movimiento me hizo sentir como el más lento de los caracoles. “Bienvenida a casa”, creo que le oí decir…
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