OLVIDADA SOLEDAD DE SER…
hoy recorrí tu cuerpo extendido como un barco.
yo era un polizón que descubría en altamar todos tus secretos.
sin brújula, recorría aquella piel expuesta al sol, dorándose bajo el viento…
la respiración del vientre casi me hace caer… una respiración tranquila, pausada,
llena de poros sin usar, virginales, por los que no habían transitado el deseo…
y la lujuria.
Piel de adolescente en lenguaje cifrado…
como un volcán dormido era aquel cuerpo… incubándose para el amor.
sin prisa… maremoto adormecido… piel que desearían los hombres al llegar al puerto…
hoy tu cuerpo me pareció angelical, descansando sobre la faz de la tierra,
sin abrir aún la puerta del paraíso.
Hoy las abejas salieron del bosque para rodear tu casa.
Una miel pura emanada de tu vientre, las atrajo…
Cómo me atrajo a mí, que viajé desde Roma, cansado e insomne, para olerte.
Dormida en el cuarto, con los párpados trémulos, soñando soledades,
Te encontré…
No quise despertar, por lo pronto, a esa montaña de fuego,
Contenida por la diosa Mafdet.
Me detuve, en cambio, a contemplar:
tu languidez de cera no hacía justicia a tu demonio de sangre acantonado.
Eras una embriagante flor que olía por todos los confines de la tierra.
Dormías desnuda y la luz de la mañana te dibujaba tenue,
Como olas de mar en celo eran las curvas de tus caderas y
Como saltos al vacío la cóncava elipse de tus senos.
¡Oh, qué pezones…!, anchos con un halo iridiscente…
Y albaricoques, oscurecidos y fragantes.
Quise tenerlos en mi boca, mi boca que tenía tanta sed de ti…
Pero seguí observando
mientras la lenta travesía de la aurora descubría todos tus secretos.
Un escultor con cincel de plumas había esculpido tu costillar,
Delicado, dividido en secciones perfectas, camino de la lengua para llegar al seno…
Yo estaba muerto en tu memoria dormida
Mientras tú estabas viva en mi deseo creciente…
Algo en mis piernas me dijo que era urgente que te despertase…
de la nada apareció una Silga y se posó en el Alféizar.
Batió sus alas bañadas de aurora y silbó a los cuatro vientos.
Tu cuerpo parecía presó de una pesadilla.
el olor a potra escapada y el sudor rancio viajaron en la atmósfera ya cargada de luz.
Tu cadera iba hacia atrás, en un movimiento lento,
como si escapara de la presencia de una lanza
una tormenta de rubicundos pétalos cacheteó tu cara.
Entre los blancos pies y la cerviz estirada
estaba atrapado aquel campo de batalla humano
al que un cañón prodigioso desajustaba la cadera…
por la boca trémula salía un ligero murmullo.
Aguzé el oído… ¿ un nombre quizá? ¿El nombre de un amante?
yo había estado en Roma tanto tiempo y tu…
pero no eran sílabas… sino el atormentado sonido de algo que te agrietaba por dentro…
o como si te estuviesen halando uno a uno los bellos del pubis…
aún así no abrías los ojos… quizá no querías escapar de aquel delicioso tormento…
tus manos buscaron con urgencia los senos…
estaban rígidos como dos militares en guardia
y sus pezones más duros que la espada de Damocles.
te acariciaste en silencio… aunque parecía que ibas a rugir…
tu rostro se hizo más rojo… tus manos más violentas…
algo estalló dentro de ti…
saltaste como a un vacío…
¿Cuánto es suficiente, amor? ¿hasta qué punto podrás llegar?
Habías llegado al climax y como si se hubiesen soltado todos tus resortes interiores
te habías quedado en un espasmo casi doloroso…
tu cuerpo descansaba sobre la tibia cómoda como una Venus dormida.
lleno de placer, el árbol de nervios había sido vaciado del deseo
y la libido descendía al inframundo…
una cadera dura y desvergonzada ahora era una pintura hermosa…
las nalgas blancas, montaraces, de curvas perfectas,
… ¡Cómo quería abrirlas en aquel momento!
descubrir su crónica misteriosa, probar su sudor maléfico…
entrar en ellas con toda la fidelidad que le guarde seis meses en Roma
y explotar en su vagina, con la prisa de un condenado,
mi bodega de semen acumulado y mordaz…
Pero no quería despertaros, no ahora, no aún…
no quería mover ni un milímetro tanta belleza dormida…
quería guardar en mi memoria y para siempre la imagen serena,
silenciosa y venerable de una dama desmadejada después del climax…
Recordé las putas en las playas de la Habana,
su piel morena de sol bañada, de olor a sudor y a lágrimas…
Recordé las damas de compañía en París, su sonrisa pintoresca
y las Lanzadas en Marcella… doradas por el crepúsculo…
las Prepago en Colombia, de pechos grandes y duros como puños de cera…
las larguiruchas argentinas más blancas que la nieve…
tantas ocasiones de amar y yo guardándome para ella….
ya era casi la hora… se acercaba el momento.
Mientras estuve en Roma viví de los recuerdos.
habíamos pasado tantas horas en la ducha;
era como nuestro segundo cuarto.
(Ahi estaba toda la evidencia)
(El cuarto del revelado fotográfico)
(cuarto oscuro de secretos y viñetas)
(no había lenguas en el cuarto sino ciegos moluscos)
el agua caliente daba en tu espalda,
tu espina dorsal de pez alargado, al menor contacto
con mis dedos se alzaba como si la estuviese viendo un psicópata…
yo acariciaba tu espalda primorosa y llena de lunares
que parecía una constelación de estrellas…
no había horas ni días ni calendario
solo un reloj de celular sonaba inoportuno, cada cierto tiempo…
enjabonaba tu espalda, la desaparecía entre la blanca espuma
y me iba bajando hasta las nalgas… hasta desaparecerlas también…
una bola de espuma con un cuerpo adentro era lo que encontraban mis manos
que casi presintiendo el lugar se topaba con una maraña de pelos…
entonces me acordaba de tus palabras después del sexo…
«si te tragas mi pelo no podrás abandonarme nunca»…
con los dedos jabonosos abría tu conchita
(tu cuello se estiraba y tu boca gemía)
pegabas tu espalda a mi cuerpo arrastrada por un impulso veloz
y yo ponía en el medio de tus nalgas el cilindro de un caballo…
un buscador de tesoros de cinco cabezas te espulgaba la carne,
entonces solías cerrar los ojos, vencida…
por la fuerza prepotente de la dominación masculina…
tardabas en recobrar el sentido, presa de una embriaguez…
el agua tibia lavaba tu espuma,
te volvías carne viva y sangre galopante y músculo tenso…
te doblabas como aluminio, levantabas la cadera…
y el cilindro que más amabas encontraba su destino,
en el huequito insignificante que parecía la entrada de un secreto…
pero presto, anhelante, rojizo, arrugado, mordelón, bienhechor…
entonces con la fuerza de los cañones…
entraba furioso y ciego por el diminuto orificio…
para hacerte gritar tan fuerte que en el hotel
tocaban la puerta…
Al fin abriste los ojos y no tuve que recordarlos…
el malva y el terracota estaban en ellos y detrás, el vivo rojo del fuego…
«¡Amor mio, amorrrrr miiiiioooo….!» gritaste sin poder contener la alegría.
como un grillo espantado saltaste sobre mi cuerpo…
giré contigo hasta marearnos y luego caímos sobre la cama.
Olía a abril, con sus lluvias devastadoras y sus vientos huracanados,
olía a un mundo triste que trabajaba doce horas al día.
Ajenos, nosotros, estábamos en una isla de silencios profundos y madreselvas dormidas…
tu olor, tu maldito olor de mujer casi casta me cerró las fosas nasales…
olor de niña primera vez rasurada que sabía a cobre y almizcle,
olor de tallos cortados de begonia y millonaria…
olor de flor sacudida por el viento en la aurora boreal…
olor de carne y de sebo que clamaba por una trilla insensible…
entonces tus manos, que carecían de la inocencia de tus ojos,
buscaron el cilindro animal que apenas se despertaba al deseo
y lo encontraron con la ansiedad de unas manos que buscan oro en el río,
con la furia de quien ha perdido un pasaporte en el aeropuerto,
con el deseo de quien ha tenido hambre dias enteros y abraza un pan…
lo contuviste entre tus dedos… en una actitud de reconocimiento,
y te quedaste un instante, inmóvil…
¿Qué harías primero con él? Era tu premio a la soledad de seis meses…
ahora ese prisionero de tu deseo había caigo en tus garras…
Si has visto en verano las aspas violentas
de los feroces molinos en la España rural
y
te han contado de las febriles correrías
de las venerables Amazonas del mar negro…
podrás imaginarte, entonces, cómo saltaba mi Victoria sobre mi vientre.
Yo era su alazán negro, se bestia sedienta, su amoroso enemigo…
y le había introducido
la mecha de pólvora que la incineraba por dentro.
Ella tenía los ojos cerrados, y sus cejas se movían con leves espasmos,
yo no sé, si acaso,
cruzaba a ciegas una cerca eléctrica,
por que su cuerpo se entregaba a violentas convulsiones….
ya no parecía Victoria
sino la loca demente que llevaba su desnudez,
la joven violada
en el crucial momento de la violación,
la flor quemada por el sol
que se retuerce en pétalos furiosos…
Algún invisible asesino le daba puñaladas
por que sus gemidos espantaban las silgas, los sinsontes y las garzas…
producían llamadas a los bomberos
y huidas pavorosas de perros y gatos…
poseída estaba por el miembro colosal
y a sus pies se rendía,
le declaraba su dios y se hacía su esclava…
devoraba atenazando entre sus piernas,
como una boa constrictor,
al cuerpo de un hombre que miraba impresionado…
tanto placer se causaba con aquel molusco ciego
que procuraba retrasar su destino inevitable de abrir los ojos…
Hoy, bestia sedienta,
baila sobre mi.
Quiero sentir tus intrincados movimientos
buscando el punto en el que no hay reposo…
¡ por fin un gemido real !
Un gemido de amor, amor verdadero…
No de amores hipócritas y transados….
Con mi mano lujuriosa
toco el durazno maduro
que se abre en dos blandas semillas
y gimes hermosa
cual si estuvieran sacando la vida de tu entraña…
Como serpiente subiendo al árbol
busco los dos melones con mi lengua retorcida
y descubro la riqueza de la selva de tu cuerpo,
llena de válvulas, pedúnculos, melenas, pétalos y pulpas…
con tu mano que parece extraviada
encuentras el filo del animal que te asedia por la espalda…
tienes los ojos salidos de sus órbitas
y te rindes a él
sin dar la salvaje pelea…
Pedimos la cena y no salimos del cuarto…
¿Con qué valor abandonar aquel lugar?
Un paraíso en el que éramos felices.
tenías mucho apetito aunque casi me habías devorado…
luego vino el retozar, el pensar y el recordar…
Te acordaste de nuestra primera vez…
sentiste miedo y escalofrío …
-¿puedo acariciarte? – pregunté…
-¿dolerá?
-no lo sé.
-Creo que si.
Era una mañana brillante con un sol que incendiaba el horizonte,
sumado al calor de nuestros cuerpos todo era rojo pasión,
tu cuerpo era un enigma, un volcán que subía su temperatura,
una roca que se calentaba rápidamente,
un imán que no podía detenerse…
te acaricié los senos suavemente,
tu cogiste mis manos como si necesitaran ayuda…
y los estropeaste contra el cuerpo…
luego nos besamos, largamente,
tu saliva fue la mia
y la mia fue la nuestra.
no supe cómo ni cuándo, tu demonio angelical,
me haló del pelo y bajó mi boca hasta los pechos,
sentí una semilla en mi boca, que templé con mi lengua
como se tiempla a la cuerda de una guitarra…
¿quieres que te toque un poco… ?
– no, tócame mucho, tócame hasta donde veas que no soy yo…
Sobre la avenida solitaria de su piel,
decidí desnudar todo mi cuerpo… ya encendido de pasión…
como habitantes primeros,
desnudábamos la verdad…
las piedras tallaban nuestros cuerpos
nos dejaban una huella, un recuerdo,
yo pasé mi mano extraña
sobre la conchita de los bellos púberes
y exploré una flor llena de agua.
tu pechito blanco de ópalo y organdí
se agitó y respiró de prisa…
Ahora me voy otros seis meses…
Volveré, te encontraré dormida …
Con dulces palabras nuevas, nuestro amor volverá a nacer…
OPINIONES Y COMENTARIOS