Ves el brillo acerado de los coches,
las calles de cemento
ampliamente iluminadas y vacías,
ves los pasos de cebra abandonados
y te dejas llevar.
Ves el mismo edificio descomunal y aislado
multiplicándose hacia el horizonte,
ves la vasta epidemia de hormigón
bajo un cielo de propiedad privada
y te dejas llevar.
El autobús sonámbulo recorre
su rutina de cruces,
curvas aparatosas y avenidas calladas.
El sol que lo atraviesa
hurga también en tus dos ojos
los restos alejados de la noche,
y respiras, viajero del poniente,
el olor indigesto y narcótico
de los asientos recalentados y vacíos.
La fantasmal presencia de los que ya no están
en silencio te mira
y te adormece.
Al final de un gran tedio se acerca tu parada
y las puertas se abren:
del mismo modo se abrirían auque tú no estuvieras.
Por eso ya no sabes,
peatón silencioso,
si eres tú o es el aire quien se apea
y atraviesa la calle cuando el rumor se aleja.
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