Amanece.
Un silbido, un gemido
recorre las copas de los árboles
que jalonan el camino
de entrada, hasta las verjas
asimétricas del destino.
Más allá de los acantilados
rompen las olas, chillan las gaviotas
mientras van muriendo los pecados.
Tierra firme, que nos envuelve,
nos arrulla y nos va dejando de lado
Los vapores de lo nuestro
se desvanecieron en menos de un año.
Polvo que has sido, rastro funesto,
una memoria de frases sueltas
de lo que fue un documento maestro.
No tuvimos ni suerte, ni estrella,
ni noche de epifanía en un cesto.
Y ahora que el sol se pone,
mientras el ojo blanco
ocupa el cielo de la noche,
el lienzo que pinta el ciego
se desnuda de artificios:
mueren aquí los hombres.
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