
Palabras
Una sílaba, dos sílabas, un vocablo, una oración
sustantivos, adjetivos, verbos y preposiciones.
Palabras entretejidas, bien mezcladas, con pericia
encajadas como un puzle, con perfecta maestría.
Esas letras que brotaron, como lava incandescente
del intelecto agitado del artista omnisciente,
con argamasa invisible, unidas en pergamino
plasmando con quedo ardor bellos sonetos de amor.
Pero, ¿qué de las palabras sin el ojo y sin la voz?.
Unos ojos que las lean y una voz que les dé ser
que las hable y las concrete, que las grite, las invoque
que les conceda la vida y las hinche de poder.
Simples letras y vocablos, sustantivos y pronombres
meros adjetivos, verbos. Tan solo preposiciones.
Un hatajo de grafías. Puro enjambre de desorden.
Pues el sabio aventajado, en letras tan bien versado,
ducho, experto creador de aquellos versos de amor
ardientes y apasionados, escritos de corazón
sucumbió a la cobardía y tímidamente calló.
Esos tres vocablos, tres, se ahogaron en su voz.
Un pronombre, más un verbo. Para terminar, un nombre.
Doce letras, tres palabras, simple verso, una oración.
Jamás pronunció su boca un veraz “te quiero, amor”.
Diminutivo
Más que diminuto, su diminutivo,
mucho más pequeño que la pequeñez,
ínfimo, irrisorio, insignificante.
Así te contemplo, con corto semblante.
Cual brizna de hierba pisada al andar,
cual soplo de aire soplado, sin más.
Como ese guijarro lanzado al azar
que rueda impasible mucho más allá.
Como el verde herbaje que hay bajo tus pies,
como etéreo viento rozando tu piel
o el canto rodado, que sin percibirlo
pisas y repisas. Ni siquiera ves.
¡Y qué no daría por ser roble hermoso
tan pleno y sublime, lleno de poder!.
¡O ser vasta roca y mostrar mi grandeza
mi regia nobleza!. Quiero pretender…
Que el diminutivo que siento en mi alma
mucho más pequeño que la pequeñez,
ese que te muestra un ser invisible
cuando me contemplas y tú no me ves
se inflame y se rompa, salte en mil pedazos
y así me libere de mi timidez.
Aliteraciones del alma
Suave es la brisa que se desliza
por las saladas marismas de mi salobre ecosistema
entremezclada con el armonioso murmullo
de los finos flautines, que en efervescente fanfarria
colorean de cantos, plagados de encantos
esas recónditas cuencas de mi subconsciente.
Tremendo es el trueno que trona y retruena
por cielo y por tierra devastando mis entrañas,
arañando con fiereza, con uñas y dientes
con saña, sin maña, erizado de artimañas
sumergiéndome en la pena, como un pecio apabullado
sepultado por el polvo de un dolor apelmazado.
Blanca es la luz filtrada de azules claros de limpios mares
que con infinitas lenguas de olas lamen la orilla caliente
de mi cuerpo ardiente, amarrado cual retoño a tu íntimo territorio
que me roba la razón, que me arroba de embeleso en ronco rugido
bordeando la ventana de tu rostro hermoso y radiante
abrazado como el viento al vaivén de tu belleza
Vacío
El Sol se plegó en sí mismo, la Luna Nueva reinó,
Saturno abrasó sus aros y Venus se congeló.
Ni una estrella, ni un planeta, ni un cometa, ni un destello.
Solo un agujero negro engullendo mi Universo.
Vastas rocas, fino polvo, arrastrados sin piedad
a la inexorable nada, en vacía oquedad.
Deglutidos, devorados, comidos, descuartizados,
olvidados, marginados, mutilados en pedazos.
¿Qué fue de la plenitud, de aquella magnificencia
de esas dos almas gemelas, alumbradas, hermanadas,
de aquel todo omnipresente, de aquel tiempo iluminado
nutrido con loco amor, en delirio inacabado?.
Y emergiendo efervescente, como llama incandescente,
mezclado, desencajado, cual puzle desbaratado,
retorcido entre las sombras, pujando en vuelo ascendente
creo verte, cual espectro, emborronando mi mente.
En ese vacío impío, en esa nada asfixiante
te llamo con voz sangrante, en alarido apremiante.
Mas, ¡oh, fatal nulidad!, ¡oh, inevitable ausencia!,
aplastas todo clamor, destruyes toda vivencia.
Y mi voz queda engullida, ahogada, asesinada,
hundida en su propio ruido, muerta de asqueroso hastío.
Y te nombro, yo te invoco, te designo, yo te imploro.
Y mis palabras retruenan en vacuo eco insonoro.
Te busco y no encuentro rastro
te llamo con frenesí
mas esa nada monstruosa
extirpa tu alma de mí.
Te lloré un río
Cual errante viajera, dormida, en paz
me perdí en un sueño, en vuelo fugaz.
Me mecí en sus nubes de vítreo cristal
cual visión etérea, divina, veraz
perlada de gotas de topacio azul
de guiños rosados de pompas de luz.
Y lloré de gozo, me inundó el fulgor
de esa esencia tuya y de tu sabor.
Y te lloré un río, me ahogó el dolor
al abrir los ojos y no verte, amor.
Cual regia habitante de noble abolengo
soñé que moraba en tus aposentos
rodeada de mármol, de jades perfectos
cerámicas finas y sin un defecto.
Tal magna morada, me empequeñeció.
Tal regio escenario, me maravilló.
Y lloré de gozo, me inundó el fulgor
de esa esencia tuya y de tu sabor.
Y te lloré un río, me ahogó el dolor
al abrir los ojos y no verte, amor.
Cual perfecta ninfa, de queda belleza
me vi reflejada en onírica pieza
de fuentes y lagos, de clara pureza
de lotos fulgentes de hermosa rareza.
Mi imagen, serena, mis ojos, mi ser
pugnaban con fuerza por volverte a ver.
Y lloré de gozo, me inundó el fulgor
de esa esencia tuya y de tu sabor.
Y te lloré un río, me ahogó el dolor
al abrir los ojos y no verte, amor.
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