“Ver
es sorprender al motivo
cuando no se siente observado.”
Benny Andersen
Eco
Dadme una montaña
y os devolveré un eco.
Anhelos
¿Con qué sueñan los caracoles?
¿Y el tritón?
¿Y el escaramujo?
¿Acaso anhelan el salto
jubiloso del río, el color del amanecer
o de las raíces del hombre, la tormenta
que acalla el mundo, el brote tierno
en la voz del ruiseñor?
¿Y yo?
Un trocito de sol.
Un rayito de monte.
Ascensos
Un buitre vuela en círculos.
Se deja arrastrar por la corriente
y asciende con el aire caliente.
Cuando se aleja desaparece de mi vista.
Se funde con el cielo y reaparece
a la vuelta siguiente.
Tengo un trono de césped y roca
con un reposapiés de agua helada
que relaja y vigoriza;
es un asiento hecho a medida;
un descanso para seguir,
yo también,
el ascenso a la montaña.
En casa
En la cima de la montaña
hay una casa inmensa.
No es una casa normal
aunque sea una casa de piedra.
La casa de la montaña
es la montaña misma:
su cumbre, un tejado a dos aguas
sobre una fachada erecta,
perfecta,
como una casa de campo
rodeada de tierras,
las puertas siempre abiertas,
la mesa puesta.
Su propia arquitecta
es mi montaña
—madre, amiga, amada—.
Ya puedo decir
“Estoy en casa.”
¡Hola!
Un corzo naranja
—color calabaza—
pasa ladrando
y haciendo cabriolas.
Parece que se ría de nosotros…
o puede que solo esté
diciéndonos
¡Hola!
Terra mater
Hemos descubierto
un valle escondido,
tan solo había
que seguir el camino
largo y empinado
—efectiva medida disuasoria—.
Un zorro y una res
muertos
custodian la entrada.
Si no te dejas intimidar
llegarás a un paraíso
repleto de vida:
mariposas, escarabajos,
saltamontes, lagartijas,
marmotas, águilas,
cornejas y buitres lo habitan
—a simple vista,
no sé
qué otras especies ocultará—.
El sendero conduce
a una cascada de leche:
la teta de la madre tierra,
la fuente de la inmortalidad.
Jabalíes
Una manada de jabalíes
retoza en el valle escondido.
Los jabatos chillan y gruñen
como cerdicos.
Se encorren
entre las patas de sus madres
que trotan tras ellos
y juegan también.
Golpean con el morro sus traseros:
—¡Tú la llevas! —Se divierten,
hasta parecen reír
y siento
que invado su intimidad…
que no debería estar aquí.
De pronto me ven o me huelen,
no conocen el miedo ni al hombre
pero huyen por instinto
al interior del bosque
y siento
que he roto algo hermoso
sin querer.
Ardilla interior
Una ardilla
trepa por mi tronco,
se cobija en mi copa
y mi corazón ramea.
Me escondo detrás
de mi amplio follaje
para verla crecer.
A mis pies, piñas
irregularmente roídas.
Cada semilla,
una inspiración
para la ardilla
que habita
en mi interior.
Paisajistas
Las montañas
caminan
…lentamente…
Sumergen
los pies
en el río.
Sus pasos
imperceptibles
perfilan el mundo.
El paisaje
—todo—
fluye
…
Ve
—¡Beeeeeeeeee!
Balan las ovejas.
Bajan por la ladera.
Corren que vuelan, ruedan…
¿Vuelven o van?
¿Al origen
o al final?
—¡Beeeeeeeeeee!
Os veo, sí.
Os oigo
y os siento…
Veo lo que os hacen
y no puedo hacer
otra cosa que mirar.
—¡Beeeeeeeeeee!
Los cencerros suenan
cual tambores de guerra.
Berrean pastores y ovejas.
Ladran pastores y perros.
Yo también siento miedo.
Y tú, ¿lo ves?
Perspectivas
Pensar como una montaña:
tranquila, en calma.
Sentir los rayos de sol
sobre mi espalda.
Mi piel es la lluvia, el frío, la noche,
la bruma y el amanecer.
Camino segura en la tierra arraigada,
inamovible en mis principios,
la mente abierta en un salto de agua.
Nadie puede jugar conmigo
sin correr el riesgo de caer
por un precipicio.
En la cumbre,
la perspectiva es mejor.
El valle enseguida
se cubre de sombras.
En la sombra
En la sombra del árbol,
un gran pájaro negro,
esperando.
¿Imagen de mal agüero?
¿Fatídica señal?
¿Muerte inminente?
¿O solo un pájaro?
Cansado.
Errante.
Inerte.
Sequía
La tierra seca sangra polvo
que opaca el paisaje.
El verde se esconde del bosque.
La montaña está agostada.
La cascada es una hebra de agua
n
e
g
r
a
.
.
.
;
la poza, una mancha de petróleo
que tiñe la piel y la agrieta.
Lloro polvo.
¿Dónde beben
los animales
cuando no llueve?
Corzo rojo tierra
Corzo rojo tierra,
dime:
dónde queda tu aliento,
cuál es la palabra secreta
que levanta, de dos mundos,
la barrera.
Corzo rojo tierra,
no temas;
solo quiero darte un beso,
abrazarte en la noche,
confirmarte
que le sigues importando a alguien.
Esto no es nada
(Variación del poema homónimo de Ángel González)
Si tuviésemos la tierra suficiente
para plantar como es debido un tronco de morera
solo nos faltaría a los humanos
un poco de siembra.
Y si tuviésemos más tierra todavía
para emocionar con toda la pureza
de la sierra, solo nos faltaría
a los humanos un poco de agua.
Y si fuese posible aún
conseguir el agua,
ya no nos faltaría a los humanos
nada.
Colirrojo tizón
Colirrojo tizón:
Vuela raudo
entre las piedras.
El fuego muerde
la punta de tu cola.
El cuerpo
solo es ceniza.
Lluvias
Llueve.
Lluevo.
Reverdece.
Reverdezco.
Alegría
Después de la lluvia
la naturaleza
habla más alto.
La voz del bosque
Cierro los ojos
y escucho
el susurro de las hojas.
Entonan las palabras
como una melodía
primigenia.
La voz dulce del bosque
siempre tiene algo importante
que decir
si escuchas
atenta.
Hojas sueltas
Rastros en el barro.
Plumas, sangre.
Un tocón.
Semillas.
Huesos de ratón.
Desorden.
Vida.
Muerte.
Hojas sueltas
del libro que escribe
la Naturaleza.
Buscadores
El río truena,
tras las tormentas
de los últimos días.
Bajo el puente,
entre la tierra negra,
oro se esconde.
Brilla
en pequeñas esquirlas,
como la felicidad en la vida.
No es tan rico el que encuentra oro
como el que disfruta buscándolo,
bajo un cielo cubierto de nubes.
Tarde lluviosa
Miente apremiante la tarde
atrapada en un sol terroso.
Una nube florece salvaje
y enrama en un ciervo orgulloso.
Reverdecen las aves afables.
Descansan silentes los lobos.
Salto cualitativo
Soy
agua reposada,
manantial
de montaña,
riachuelo,
afluente,
cascada,
torrente,
ibón
—como mi nombre
en segunda opción—;
un corazón transparente
que la frialdad convierte en hielo.
Estaciones
Al amparo de altas montañas
vislumbramos
un valle verde virgen
custodiado por un ibón.
A lo lejos,
dos manadas de caballos
pastan libres.
Me traen la visión
de un territorio salvaje
habitado por los primeros hombres,
una mano
que deja la lanza a un lado
para hacer un amigo.
Nuestras huellas
pronto serán visibles:
cuando amplíen
la estación del hombre,
menguará
la estación de la naturaleza.
Dentro de poco
no quedará nada…
ni verde
ni bello
ni libre.
Urna
Si pudiera
te metería en una urna de cristal
para preservarte de todo mal,
para que no desaparezcas
de a poco,
para que no acabe contigo
un incendio,
dos mil nuevas viviendas,
el turismo.
Si pudiera
te escondería ahora mismo
y me iría a vivir contigo.
Salvaje
Sentada
al borde del camino
con un respaldo de piedras.
Tapada
con una manta de camuflaje
de los pies a la cabeza.
Me mantengo
a la espera.
Escucho
la ladra del corzo,
el graznar del cuervo,
el batir del río.
Una lechuza
vuela conmigo.
Una corza
cruza el monte.
Mira hacia mí.
Me intuye
pero no se esconde.
Soy
parte del paisaje:
salvaje.
Emboscada
Juegan dos corzos
en la pradera,
la hierba tan alta
que parece en llamas.
Brincan.
Se esconden.
Sus orejas brillan
al sol de la tarde
y les delatan.
¡Te encontré!
Una cabriola
y vuelta a esconder.
En el bosque
yo también guardo silencio
para no romper la magia
pero mi mente
furtiva escapa,
corre tras ellos, hoy
siento que soy
un corzo más.
Quién soy
Estos pinos
me han visto crecer
por fuera
y por dentro
pero aún
no alcanzo
a tocar su copa.
Sus ramas están
demasiado altas.
Me aferro
al grueso tronco
saciado de tierra.
Su áspera corteza
me araña,
me abraza,
me recuerda
quién soy.
Gigantes
Al atardecer
las cabezas de dos gigantes
se hacen visibles.
Sus cuerpos descansan
bajo la montaña.
Su mirada
petrifica el paisaje.
Su alma
es inmortal.
Río rojo
El río rojo
tiñe las piedras,
los troncos,
la tierra.
Por más tiempo
que pase,
el agua fluye
constante
y no se limpia,
como rastros de sangre
al paso de la humanidad,
o como ríos
en Marte.
Mientras escribo
Mis pies
abrevan en el río.
Mi alma pasta
felicidad de montaña.
El sol
me hace muecas
en el agua
mientras escribo.
Poesía
Un gorrión a contraluz
en una rama. Atardece.
Alza el vuelo y las hojas
tiemblan, suavemente.
Un instante de belleza
que conmueve.
Eso
es poesía.
Mirada errante
Los pájaros
de todos mis ojos
revoletean.
No se posan
en una sola rama,
en una sola hoja.
Van de aquí para allá
gorjeando felicidad.
Posponen la vuelta al nido.
Hoy no quieren descansar,
prefieren
ser camino.
Enmarañada
Las nubes reptan
abrazadas
al perfil de la montaña.
La cordillera
comparte su bufanda.
Yo también
siento el viento
que enmaraña mi piel.
Pasa un avión
y después,
todo es silencio.
Indicaciones
Mariposas negras
montañesas
decidme:
¿por dónde queda
el verano?
Mirador
La ciudad de las marmotas
tiene un banco de piedra
desde el que mirar la montaña,
un lecho de agua que canta
y frambuesas frescas para merendar.
El paisaje avanza,
lentamente cambia
de estación.
Quisiera ser marmota,
supervisora de caminos
de nubes y césped
y vivir aquí
para siempre.
Tiernos
Orejas peludas.
Ojos vidriosos.
Tan bonitos.
Tan miedosos.
Blancos, tostados, pelirrojos.
Ricitos de chocolate y de oro.
Siempre detrás de su madre van
como estelas que deja en la arena el mar.
Parecen peluches grandes
los terneros
como el mundo fiero
que no llegarán a conocer.
Día triste
Hoy es un día triste.
Leí la última línea
del diario de Thoreau.
Se moría.
Aunque solo se intuye
en su poesía.
Asimismo caminé
por estos montes
por última vez:
el verano,
también,
muere.
La hora
Pequeñas espigas
brillando al sol
alfombran el suelo.
Un contraluz
dorado como un sueño
nos recuerda
que es hora de volver.
Parqué
En qué bosque creció el suelo que piso,
a qué animales dio cobijo.
Los nudos de la madera
como ojos sin brillo me observan
y siento
que me juzgan sin compasión.
Mi ciprés
Tengo un ciprés
creciendo en mi salón.
No quiere ser
un árbol de exterior.
Me lo ha dicho
como hablan las plantas,
con su lenguaje corporal,
con sus ramas verdes bien altas
y sus frutos leñosos
lustrosos.
Mi ciprés lo tiene claro:
quiere formar parte
de mi bosque interior.
Su savia corre por mis venas
y soy
mi propio bosque.
Zumbido
Escucho el zumbido de un colibrí.
Vuela en círculos
en el interior de mi cabeza.
Sus alas rozan mis tímpanos
a cada vuelta.
No puede escapar de mí
—igual que yo—.
La naturaleza
retumba en mi interior.
Wild mountains
Llamar a las montañas
por su nombre,
que acudan brincando
como cabras
no es posible
sin domesticarlas
y perderlas
definitivamente.
Pero
qué bonito seria…
Ser
La montaña me redefine.
Ahora soy
un poquito más libre.
Como animales
Caminar con precisión
sobre las huellas de las manos.
Vivir sin preocupación.
Dejarse guiar por los sentidos
sin prejuicios
ni motivos.
Estar abiertos al tiempo
y a la muerte.
Ceder a la libertad,
a la necesidad,
a la vida simple.
Aferrarse a ella con los dientes.
¡No la sueltes!
Te arrastre donde te arrastre.
Ilustraciones: Jaime Sanjuán
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