Se conocieron separados únicamente por los rieles del Metro, los rieles de la Estación Metro Balderas. Gustavo tocaba guitarra y harmónica pero no tenía voz, como Bob; ella cantaba como ángel caído sin conciencia de serlo. Sonrisas interrumpidas intermitentemente por el paso de los vagones bastaron para unirlos. En un humilde cuarto perdido en un barrio cercano compartieron techo y hambre, sueños y monedas, mierda y amor.
Jamás viajaba en Metro, lo hizo por pose ¿qué otra razón tendría un cantante con su renombre y ese tonto bombín?
- – Estoy buscando una voz fresca, nueva, una canción a dúo, ¿Te gustaría hacer una prueba? –
Ella aceptó. Él, al enterarse no pudo ni opinar atragantado por sus temores.
La canción fue un éxito y ella apoyada por Joaquín saltó a la fama. Vinieron más canciones, discos en conjunto y luego triunfos como solista. Mientras él seguía reflejándose en las ventanas de los efímeros vagones.
Giras a las que no podía acompañarla, recepciones a las que hubiera preferido no asistir. Los rieles se fueron ensanchando hasta hacerla inalcanzable. Con 40 puñaladas Gustavo aumentó las ventas y despedazó sus sueños. Él se fue del Metro Balderas y Joaquín jamás volvió a interpretar aquella canción.
- – Dios la bendiga – exclama ahora con una sonrisa vacía cuando una moneda cae en su viejo sombrero.
Dedicado a Rockdrigo G. y Joaquín S.
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