¡Por fin!. Hoy he vuelto a mi antiguo barrio, y, desde el primer momento, un nudo formado por buenos y malos recuerdos me ha invadido el estómago, una mezcla de sentimientos, personal e íntima, de esas que están muy adentro y que no sabes muy bien de dónde han resurgido, porque al parecer… estar, estaban… Es más, estoy convencida de que cada vez que acuda por aquí en el futuro pasaré por el mismo proceso…una mezcla de recuerdos, cariño, nostalgia y pena por la pérdida del tiempo pasado…
Hacía mucho tiempo que no había venido por aquí, pero inmediatamente he reconocido la vieja estación de tren…”¡Está como entonces! “, murmuro para mí, concierto asombro,” como cuando yo tenía 9 añosy la pisaba 4 veces al día para ir a estudiar al Colegio que se encontraba en otro pueblo”. El andén, descolorido por el uso y la falta de mantenimiento, evoca en mi mente las imágenes de un perro, con el pelo largo y mugroso, mezcla de razas, pero con unos ojos vivos que comenzaba a saltar de alegría en cuanto nos veía llegar a los escolares del barrio y llegaba a nosotros moviendo enérgicamente el rabo, para llenarnos de lametazos bondadosos antes de ponernos en marcha, todos juntos, en amor y compañía. Recuerdo que se llamaba “ Lucero” y era el protector del barrio y su gente. Ladraba cuando aparecían desconocidos, nos acompañaba a los niños como un aya cualquiera y, por supuesto, saltaba de alegría cuando los vecinos le bajábamos los restos de las comidas que nosotros hacíamos… Y no era el único animal que teníamos… en muchas de las ventanas de las casas colgaban jaulas de canarios y jilgueros que nos recibían cantando, y en diferentes temporadas, camadas de minúsculos gatitos aparecían por todos los rincones, maullando o siguiendo a sus madres. Por supuesto, siempre había alguna vecina que nos reñía si nos veía malas intenciones para con ellos, porque, eso sí, cuando yo era niña, todos los adultos que nos rodeaban“mandaban”, fueran cercanos o no, y los niños “obedecíamos”… más o menos… “algunas veces más menos que más…”, pienso sonriendo.
Continuando mi trayecto compruebo que el camino de la estación al barrio tampoco ha cambiado demasiado, si acaso está un poco más abandonado y menos utilizado. Nunca ha sido bonito, aunque esté en uno de los márgenes del río, pero, al otro lado, las empresas y fábricas con su vaciedad tras las horas de trabajo no animaban a pasear. ..Ahora veo llegar coches y coches de empleados, y recuerdo lo divertido que era ir por la mañana saludando “¡Buenos días!”, “Egun on!” a todos los trabajadores con los que te cruzabas y que te respondían la mayoría de las veces con una sonrisa. Claro que, luego está la otra parte, esa en la que no era tan divertido mojarse bajo un paraguas los días de lluvia en los que no encontrabas más protección queese pequeño artilugio que te tapaba la cabeza y un impermeable que, al principio era muy largo y años después había subido hasta arriba de la rodilla…había que aprovechar la ropa…” eran otros tiempos”. Por fin, ahí está, ¡mi barrio!, mi pequeño e inolvidable barrio.
Allí siguen cuatro edificios, unos grandes y otros más pequeños, en uno de los márgenes del río y un conjunto de grandes caseríos desperdigados en el otro. Respiro hondo, con emoción, y, sonrío al descubrir que los olores también son los mismos, el de la hierba junto al camino y el del gasoil que llega desde las fábricas. Siento que una gran sensación de alegría me invade…“ ¡ Estoy en casa!”.Voy acercándome lentamente a los edificios y compruebo que han sido reformados, pero que conservan el aire de siempre.
Como en mi niñez, los niños y las niñas siguen jugando en la pequeña plaza que se encuentra delante, donde una fuentecilla, en un extremo, nos servía para amortiguar la sed entre juegos y juegos. “ Va a ser una sorpresa…”, pienso alegre, “ …vaya que sí lo va a ser”. Sigo acercándome y ya puedo ver, bajo las higueras, en un extremo de la plaza,el banco de siempre y, como siempre, ocupado por las mujeres de edad del barrio. Allí han pasado y pasan sus horas de la tarde, ente conversaciones y conversaciones, mientras contemplan y, a veces riñen, a los niños, que, a su vez, no obedecen demasiado… pero esa es ya una vieja rutina ya conocida y aceptada por todos.
Sigo acercándome y disfruto de antemano de la sorpresa. “ ¡ María!”, “ ¡ María!”, grita una niña mientras corre hacia una de las ancianas, “ ¡ Amama!, ¡ mira!, ¡ viene María” y después se arroja en mis brazos, apretándome como si no hubiera un mañana. La alzo y le doy dos sonoros besos y un fuerte abrazo y espero, observando, llena de amor, esa pequeña pero aún ágil figura que se acerca tímidamente, sin creerlo todavía. Con los ojos llorosos y una gran sonrisa en la boca me espera, con los brazos abiertos. Me agacho y la abrazo como si fuera la última vez y siento su cuerpo más menguado pero aún firme y escucho de su boca, entre beso y beso, “ cariño…maitetxo…cielo…nena…”. Todavía no se lo cree, me abraza y me besa pero no se lo cree “ Nena, has venido”. “ Sí, amama…”, le contesto con una gran sonrisa, “… he venido para quedarme…”. Sus ojos se abren aún más y la sonrisa se amplía y después, con un guiño, mientras nos acercamos al banco, me susurra”… pero ahora tendrás que comer más… que te veo muy delgada, nena…”
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