El calor puede ser insoportable, si no sabes cómo disfrutarlo. Todo depende de cómo se encuentre tú mente o mejor, tu alma.

Era de esos días dónde sentías las gotas de sudor pasar por tu cuello, tu espalda, sin embargo no me importaba, me recordaba a esos días de cuando era niña y solía correr, tan rápido y tan fuerte que mis pulmones ardían, mis piernas se sentían de papel y mis pies descalzos se quemaban con el concreto caliente, mi corazón corría a mil por hora y sentía la emoción nacer en mi estómago y subir hasta mi garganta, sentir la sonrisa en mi cara

Solía esconderme, asomarme por la ventana en la parte de atrás de la casa, me tapaba un arbusto grande, me subía a un pedazo de cemento que había ahí, era el lugar perfecto, podía ver todo pero nadie podía verme, realmente no había mucho que ver, era más el escuchar. Ahí estaba ella, como cada jueves, a las 10 de la mañana, sentada frente al enorme piano, las piernas bien juntas y las manos sobre ellas, con su vestido de color azul, como el cielo, tan placida esperando instrucciones, sin parpadear.

Siento como caen las gotas de sudor, mis manos se resbalan del marco de la ventana, las seco frenéticamente en mi falda que solía ser blanca y espero. Entonces la magia comienza, ese sonido maravilloso y cierro los ojos, me dejo llevar, siento el calor en mi cuerpo. En mi cara.

-Eh.- El grito me saca de mi sueño y veo un hombre de pelo blanco que me está viendo. Sus ojos enojados. Es el calor. Sí no sabes cómo controlarlo, te puede poner de mal humor.- ¿Que estás haciendo?

Me bajo rápidamente del bloque de cemento y salgo corriendo, en dirección contraria. Vuelvo a sentir mis pulmones arder, el sudor en mi frente y mi corazón frenético. Me detengo en la fuente enorme del parque, empiezo a sentir mis piernas muy débiles, empiezo a sentir la emoción en mi estómago, la risa en mi cara y la carcajada sale de mis labios. Me río como nunca, cómo siempre, en realidad. Meto las manos en el agua fresca de la fuente y me mojo la cara. Me siento a esperar la calma, que realmente nunca llega.

Pasan las horas y el calor baja. De regreso a casa. Ese lugar.

Salgo de mi mente, de mis recuerdos cuando llego a la fuente, sigue igual, los años no pasan para lo que está grabado en piedra. Como aquella música, que está grabada en mi. Meto las manos y me mojo la cara, siento el sol que me quema, pero es una sensación tan agradable, tan placentera, muy similar a los recuerdos, los recuerdos buenos, existen personas con la fortuna de guardar los buenos recuerdos y no recordar muy bien los malos, existen personas con la fortuna de poder salir adelante, aun que nadie lo creyera, aun que repetidas veces no viéramos la luz, no sintiéramos el sol y su calor reconfortante.

Media hora tarde, se le hacía media hora tarde. Algo que no es normal, no para ella, trato de calmarme y disfrutar de ruido del parque, pero de pronto el sonido de la fuente ya no es placentero, el calor se vuelve insoportable y me pica la piel, siento las gotas en la espalda y como mis piernas se pegan al banco de madera. Siento mi corazón latir rápidamente y ese sentimiento indescriptible crecer en mi estómago, hasta subir en mi garganta. Lo siento. Es más grande que yo. Lo sé.

Una hora. Voy de regreso a casa. Ese lugar.

No necesito escucharlos para saber. No necesito verlos para entender. Lo pensaba desde el minuto 20. Lo supe a la media hora. Mis manos dejan caer la bolsa, se resbalan por el sudor. Mis ojos se cierran. Ya no siento nada, ni la magia, ni la risa, la emoción y mucho menos el calor.

Y recuerdo, por última vez, esa melodía, el placer de escucharla bajo el sol, antes de que se desvanezca junto con todos mis recuerdos, de la ventana, de la fuente, del calor.

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