Caminos polvorientos, casas de esteras apunto de caer, cerros enormes que rodeaban todo el lugar, caras desconocidas, es lo que hay en mi recuerdo de cuando era una niña y nos mudamos a aquel nuevo vecindario, la vida no era fácil en aquel entonces, porque teníamos que luchar por el agua que nos llegaba a través de cisternas que muy pocas veces podíamos aprovechar ya que los que vivían mas adelante se apropiaban prácticamente de ellos y ni que decir de las noches interminables donde la oscuridad cual manto negro nos cubría porque carecíamos de electricidad, salvo las raras ocasiones donde el buen Creador nos iluminaba con la luz de la luna y las estrellas, con las cuales, podíamos distinguir las calles por donde debíamos de andar, esos días, que marcados están en mi recuerdo, sobre todo aquella vez que fui a la tienda por vez primera, no recuerdo si sola o acompañando a alguien, lo cierto es, que al regresar equivoque las calles y tome otro camino, recuerdo, que solo caminé y caminé sin rumbo fijo, vi rostros que jamas había visto, casas totalmente extrañas, me parecía simplemente otro mundo, no lloraba solo caminaba y veía todo el panorama, hasta que por fin alguien tomo mi mano, era mi padre que había ido a buscarme, me cargo y me llevo a casa la cual quedaba a la vuelta de la esquina, ahora me causa gracia, pero aquella vez era aterrador, ¡Ay! esos días como olvidarlos, maravillosos recuerdos de cuando alborotábamos todo el vecindario con nuestros gritos, con nuestros interminables juegos o como cuando los vecinos realizaban actividades en conjunto en bien del vecindario trabajando hombro a hombro con un mismo objetivo y las carencias que teníamos no eran motivos suficientes para no ser solidarios. Recordar eso momentos me hace suspirar profundamente, como si por un instante, tan solo, pudiera transportarme a aquellos momentos, en el que ir al mercado era todo un suceso y un viaje a lo desconocido, ¡Si! porque no sabíamos que habíamos de encontrar ese día ya que los vendedores cambiaban de lugar cada mañana por lo cual teníamos que depender únicamente de nuestra habilidad para buscar, buscar a nuestros caseros, que muchas veces nos «vendían fiado» ¡Ah! y apropósito de eso, recuerdo también, lo jocoso que era ver los rostros de las señoras buscando a sus caseros con quienes habían desarrollado una especie de terapia «antiestres», porque se enfrascaban en unas amenas charlas que terminaban en sonoras carcajadas ¡Oh! y claro, también, estaban aquellas señoronas que las miraban de cabeza a pies como diciéndoles ¡OCIOSAS! ja ja ja.. ¡Ah! como no reír al recordar aquellos momentos, únicos e imborrables en mi memoria.
Han pasado muchos años ya desde que era una niña y no si es por la edad o porque veo las calles vacías, o porque cada quien, vela por lo suyo sin importar la gente que los rodea o porque ir al mercado ahora significa tener una tarjeta acreditada; no se porque la vida hoy se ha vuelto mas aburrida. no hay mas gritos de niños jugando por las calles, no hay vecinos trabajando hombro a hombro con un solo objetivo, no hay mas charlas amenas en los mercados, ¡No! simplemente no hay todo aquello de cuando yo era una niña.
¿En que momento cambio todo?, quizás cuando deje de ser una niña y me convertí en mujer, en esposa y madre y vi la vida con otra perspectiva y me fui hundiendo en el mundo de los adultos, ¿Qué paso? no lo entiendo, por mas que lo intento , no lo entiendo. Siento mi corazón latir con tanta fuerza extrañando aquellos días donde las calles se llenaban de algarabía, de fraternidad, de esperanza ¡SI! porque aun las carencias mas extremas no eran motivos suficientes para llenar el alma de profunda tristeza ya que siempre había alguien en quien apoyarnos.
¡AH! tiempos aquellos, que olvidarlos no puedo y NO QUIERO, porque escritas con letras de oro están en mi recuerdo
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