El atraco.
Caminaba a paso desesperado por la amplia calle, me habían dicho que no me dejara alcanzar de la noche que las sombras ocultaban innumerables secretos y enormes peligros.
«Lo mejor es que no los quieras descifrar ˗dijo mi madre˗ Te enredarías en la maraña de la penumbra que esconde la noche».
Por ello caminaba tan pronto como mis pasos me lo permitían, rodeado de los gigantescos árboles de Ceiba que como terroríficos gigantes a lado y lado de la calle segaban mi visión. “Sé que al final de estos alcanzare mí casa”.
Tengo un presentimiento, el miedo se apodera de mí, el corazón en una lucha tenaz con mis piernas se resiste salir “¿por qué estaré tan asustado, si no llevo conmigo ni un peso?”
Mientras, unos ojos brillantes asomaban en medio de la sombra y la complicidad de los árboles de ceiba; La luna entregada al romance, coqueteando a dos nubes que querían encerrarla, sin poder percatarse de lo que estaba por suceder.
Dentro de la espesa penumbra, de repente hizo su aparición un misterioso personaje, trayendo a mi mente aquellas historias de Agatha Christie, seré uno más de la larga lista de crímenes sin resolver? Un hilillo de frio atravesaba mi cuerpo; aquel hombre oscuro como la noche protegía contra su esquelética humanidad una canasta de panadero, introduciendo una de sus manos al interior del canasto protegiendo algo que no se podía descifrar. Me percate de lo que pasaba solo cinco minutos después o no sé cuánto tiempo me llevo salir del trance. Solo recuerdo la voz hueca y vacía de aquel hombre que acercándose de un salto, dijo:
˗Pelao baja las manos donde te las pueda ver˗. Llevaba las manos libres, solo me acompañaba colgado a la espalda un morral escolar sentí que los colores de mi piel se fundían con la palidez de mi uniforme.
El hombre levanto su mano de la canasta silenciando cualquier sonido de mi garganta. Empuñando un enorme cuchillo contra mí pequeña humanidad dijo:
˗Entrégame tú celular. Pero yo que estaba bien llevado, no tenía ni para el celular más chafa, lo mire fijamente respondiendo:
˗No joda si yo estoy más jodido que tú, ni celular tengo, solo me acompaña esta caja de chicle, señalándo una caja grande de las que traen varias pastillas de chicle, sacándola del bolsillo de mí camisa, se la mostré, diciendo:
˗Toma te la regalo, es lo único que tengo. El hombre agarro la caja de chicle- “ojala no se dé cuenta que solo tiene una pastillita”, ˗pensé, acompañado con el valor más grande que nunca había sentido˗. De inmediato él hombre saco de su canasta una galleta y dirigiéndose a mí, dijo con voz de lastima: ˗Toma pelao te la regalo y puya él burro.
Cada uno agarró su camino el uno con su galleta y el otro con su pastilla de chicle.
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