Nuevamente estoy sentado en el frío asiento de cemento en el parque. Algunos jóvenes se ejercitan y yo, para distraerme de aquellos pensamientos tormentosos, los observo, principalmente a aquel que no trae camiseta – Que mi libidinosidad contrarreste mi pena – pienso, pero sé que no funcionará.
El viento mueve las hojas de los árboles creando el sonido que tanto logra tranquilizarme, agradezco porque esta vez los jóvenes no traen ruidosos parlantes consigo.
Recuerdo la vez en la que la que te encontré aquí, estabas sentado en una banca, solo, cualquier persona te hubiera ignorado, para ellos hubieras sido solamente un hombre más, pero cómo pensar si quiera en que yo hubiese podido pasar de largo; imposible, mi corazón empezó a latir con más fuerza, entrecerré mis ojos para ver si realmente eras tú, hice un gesto con mis labios y apresuré el paso. ´´Todos regresan a su hogar´´, se dice, y yo en ese momento buscaba el mío.
La risa de los jóvenes me despierta de mi ensimismamiento, los observo, uno de ellos está tumbado en la tierra bajo la barra de ejercicios.
Miro a mi alrededor, un par de niños juegan a trepar un gran árbol, sonrío – Me gustaría haber hecho tonterías de niños – medito y mi sonrisa desaparece.
El frío viento empieza a rozar la piel que no traigo cubierta – Extraño mucho la calidez de tu compañía – pienso.
Decido ir a los columpios.
El reloj marcaba más de la media noche, la luna nos brindaba su luz, estábamos sentados sobre un blanco asiento – Extraño tenerte cerca – Sus rizos y su acento, su caminar y su mirada, él siempre tan particular. El viento empezaba a helar mi piel, pero de alguna forma sentía mucha calidez estando a su lado. Mi madre me llamó para que vaya a casa, notaba su preocupación – sabes las reglas que nos impone...
-¡Oe! – Oigo un grito, siento pánico al ver que uno de ellos estaba demasiado cerca de mí, llevo mi cuerpo hacia atrás intentando inútilmente parar el columpio, el joven dio un paso rápido hacia adelante y entonces no chocamos.
-Lo siento – dice él.
Yo solamente asiento mientras sigo siendo preso del vaivén del columpio.
-¿Estás bien? – pregunta.
Y un instantáneo caos surge en mí – ¿Estoy bien? – Automáticamente asiento para él, pero en mi cabeza no resulta tan fácil.
La fuerza se agota y el columpio para.
La arena bajo mis zapatillas, los juegos abandonados por causa de la caída de la noche, las hojas moviéndose, de alguna forma logras aparecer en cada cosa que veo; contigo me sentía tan seguro, contigo me sentía acompañado, contigo descubría nuevas cosas que lograban agradarme; de cierta manera, y sin saberlo, siempre te estaba buscando, ¿pero quien no busca un lugar donde sentir paz? Y este lugar que siempre me traía paz ahora sólo me dice directamente: No te va bien con los hombres.
-¿Cómo te llamas? – oigo la misma voz masculina de hace unos minutos.
Volteo, el joven a quien casi agredo está sonriente en el columpio siguiente al mío.
-Miguel – Respondo – ¿Y tú?
Habla muy bajo y no oigo su nombre – De verdad disculpa – esta vez eleva su tono de voz – Caminaba hacia atrás, no me di cuenta que estabas.
-No te preocupes – digo yo.
Observo a sus amigos, siguen entrenando – ¿Qué haces aquí? – me pregunto.
-¿Estás bien? – vuelve a preguntar causándome el mismo caos mental.
-No te preocupes – repito.
Esta vez es él quien asiente – ¿Te gusta caminar? – pregunta de golpe.
-Claro – respondo esta vez algo intrigado.
-Si quieres podemos salir a caminar algún día.
-Ya – acepto la invitación
Se encamina hacia su grupo de amigos quienes, al llegar, giran a verme bruscamente. Ni si quiera pidió mi número – pensé – No podríamos contactarnos.
Quedo helado ante el particular sonido que no había oído en semanas – Eres tú – Pienso.
Observo mi celular.
-Te extraño.
Mi corazón da un gran salto.
Y un mensaje nuevo aparece: ¿Podemos vernos?
No sabes cuán duro fue estar separados – digo para mí mismo.
-Voy para tu casa – respondo.
En mi emoción y alegría siento como si el césped creciese bajo mis pies, como si a los juegos llegasen niños quienes acompañen con sus risas al sonido de las hojas, como si el sol, a pesar de la noche, saliera sólo para decirme que el amor existe.
Me encamino hacia la avenida principal para tomar un auto, a media cuadra de dejar el parque una adolescente hablando por celular se cruza conmigo – Me invitó a salir a un parque… – expresa con tono burlón.
Volteo con una sonrisa indignada para mirarla y como por arte de magia el joven de nombre inaudible estaba detrás de mí – ¿Me das tu número? – pregunta como si pidiese disculpas.
-Claro – y se lo doy.
Miro cómo se van alejando, la mujer más lejos que el hombre – Una cita en un parque sería fantástico – pienso intentando reprocharla – Es un lugar típico, pero llega a encantar y mucho – pongo los ojos en blanco y sigo hablando conmigo mismo – Es como tener un novio, siempre está para ti, llega a ser común en el día a día, pero no por eso lo dejarías, porque cada día te gusta más, porque cada día te va enamorando más y más, porque es eso mismo lo que uno llega a querer, que sea consistente con su presencia en nuestra vida – Miro por última vez al tan común y hermoso paisaje y giro para continuar mi camino.
Noto cómo un arma me apunta a la cabeza – ¿Papá? – De un segundo a otro en aquel paisaje que para cualquiera habría sido uno más del montón, alguien quien de verdad apreciaba y notaba lo magnífico que es, había expirado.
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