J: ¡Corre, corre carajo!

R: …

J: ¿Si aguantas mijo? ¡Sigue corriendo!

R: (Le salía una lágrima, dos, tres…)

En este momento usted imaginará una ciudad entre montañas de la cordillera andina, bañada por ríos, con iglesias cada diez cuadras, casas de adobe y calles coloniales. Todo esto en un día de lluvia al amanecer, entre montones de gente que va tarde y apenas son las 9 de la mañana. Verá un padre que corre a toda velocidad con su pequeño hijo gritándole que se apresure.

J: ¿Te hicieron daño mijo?

R: …

J: ¡Responde!

R: (Se ahogaba en su propia angustia)

J: ¿Qué?

R: ¿Y mi mami?

Ramón es hijo de Joaquín y como todo hijo él seguía sus pasos; ésta vez huyendo en una carrera despavorida en la que no hacía más que sonidos extraños con su boca como intentando vomitar, pero con prosa poética y desde el alma.

Joaquín le gritaba cada vez más fuerte – ¿Qué mierda dices? Tu madre nunca ha estado con nosotros, entiéndelo y sigue corriendo carajo que no podemos quedarnos como piedras aquí. No somos giles mijito. No has sido ahuevado tampoco pero corre, corre que nos alcanzan y deja de llorar que no te entiendo. ¿Te vieron? ¡Oye! ¡Que si te vieron te digo! –

El niño no podía hablar, las palabras se le quedaban cruzadas entre el vómito y el humo en su garganta. Sus minúsculos dedos aún estaban negros, sin quemaduras pero tiznados con los restos de lo que eran las casetas de los guardias de la ciudad; ciudad dónde dio sus primeros pasos, donde creció, aprendió a jugar con los perros y usarlos como caballos. Donde desde muy pequeño ha salido a vender cigarros, mentas, tic-tac, chocolates y demás chucherías, oficio que heredó de su padre. Aprendió los cantos chillones de vendedor –chiclechupetecaramelo- a bajarse al paso de los buses, las huecas donde comer más barato, resistir el sol, a saludar a todos con la sonrisa, saltar los charcos, caer, ser fuerte.

Ahora tuvo que defenderse, le quitaron su mercadería, le arrastraron de los bolsillos, tiraron lo que quedaba de su quiosco ambulante, toletearon a su padre, ¿Por qué? Porque son educados para eso. Ambulantes y guardias. Uno pidiendo condolencia y piedad humana, el otro dándole a punta de palos su petición. El niño reaccionó enseguida y se escabulló tras las doñas vendedoras de fruta y aprovechando que aprendió a fumar cuando les encendía los cigarros a las colegialas, con el mismo cigarro prendió fuego a las casetas gritando “SIN REBELDES ¿CÓMO AVANZAR?” .Salió corriendo y tras él su padre.

De repente Ramón se quedó solo. Le llegó ese dolor punzante al costado izquierdo de su barriga, no podía más y sus pies temblorosos parecían de ternero recién nacido en medio de una calle de tierra, a las afueras de la ciudad, con la neblina semiespesa, la luna asomándose completa y desnuda alrededor de las 5 de la tarde; hora del regreso de los animales a casa.

Solitario en la nada, sin caminos, ni luces de la noche, sin gallos cantando, sin padre que lo puteara, se quedó dando vueltas en la nada, en un espacio vacío y sin formas, sin líneas, sin color ni calor, preguntándose – ¿Nos atraparon? ¿Por qué dice eso mi papá? ¿Mi mamá dónde está? ¿Por qué no puedo moverme? ¿Por qué mis extremidades no me hacen caso? ¿No puedo gritar? –

Todo rebotaba contra él. El sonido lo envolvía, lo golpeaba como lluvia delgada en el rostro y una voz a lo lejos le decía – ¡Despierta! ¡Hey despieeeerta! ¡Heey! ¡Heeeeey! -Y despertó de un brinco preguntándose ¿Dónde estamos? ¿Y mi mamá? ¿Y mi papá? En medio de esto el equipo rival le preguntó – ¿Penal o Gol? –

Ramón había caído aparatosamente luego de que el gordo Gabo le propinara la mejor barrida del fútbol de la historia y lo dejara más que alucinando. El mismo Gabo le dijo a Ramón que se levante, que su madre lo busca en la plaza, que su padre se hizo cuento y que se calme de una vez porque aún no sucederá eso que ha soñado. Que tal vez luego de unos años. Que él mismo lo ayudará a escapar.

Ramón gritó Goooooool.

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