Llamo al timbre y pregunto por Vicenta, le digo que soy el instalador y me abre la puerta del patio. Es en un primer piso sin ascensor.
Arriba, en la puerta, está ella, una señora mayor y muy inquieta a simple vista. Una «valencianota» de las de toda la vida. Está todo el rato pendiente de que nada me moleste para colocarle la encimera nueva. No para de ofrecerme cosas, que si quiero un zumo, que si un café o que si agua fresquita. De paso le dice al marido de una forma especial que si quiere él algo de merienda. Le contesta que no tiene hambre. Él está mucho peor que ella. Seguro tiene alguna enfermedad o es la mucha edad.
El marido está en el sofá viendo en la tele una peli clásica. Él no dice nada.
Sólo una vez que ha pasado por su lado me ha dicho con tono cariñoso y despacito para que ella no le escuchara: No sabe estarse quieta ni callada. Así toda la vida. Qué le vamos hacer.
Tenía un cajón suelto. Lo he arreglado al terninar de instalar la encimera y tras explicarle cómo funciona.
Una vez todo terminado y mientras barría, me ha perseguido con el dinero en la mano. Hasta que no me lo ha entregado no ha descansado. Pero claro, me ha vuelto a repetir si quería un zumo, un café o agua. Le he dicho que un vaso de agua.
El marido con dificultad, con mucha dificultad, se ha levantado para darme las gracias y un apretón de manos. He salido de allí con ganas de quedarme a cenar con ellos, de ver una peli o echar una partida a las cartas o al Parchís con las piernas tapadas con una manta, como ellos, y eso que no me gustan los juegos.
Bajar a la calle ha sido como salir por la puerta de la máquina del tiempo, como caer en otro planeta después de un fuerte empujón desde el espacio.
En la esquina había una farmacia con la típica cruz verde iluminada. Todos los que pasaban por debajo eran convertidos en el acto en extraterrestres, en seres horribles y verdes.
Unos pasos más adelante, al girar la esquina, un hombre insultaba a su mujer y un hombre recogía colillas del suelo. Un poco más allá dos niños, muy muy niños, se fumaban un cigarro a medias.
Ayyyy Vicenta, cuantos kilómetros, cuantos años luz de tu pequeño planeta hasta aquí, cuanta diferencia a tan sólo un piso de altura.
¿Por cierto, me invitas a cenar un día de estos?
Yo pongo la peli.
La llevaré de piratas, de las que le gustan, según me ha dicho, a tu marido.
Gracias Vicenta.
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ShiroDani
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