Mira nada más, luces tan hermosa e imponente. Por fin descansas a la luz de los faroles.
Quedó atrás por algunas horas el ruido del silbato del señor que vende los globos, de los vendedores que ofrecen su mercancía, de los tacos de suadero y el olor que desprenden; de la multitud que día tras día traspasa tus calles; de los que se esconden para llorar un amor perdido, su ruina económica o caminan con pasos tristes pensando en las tragedias de un pasado que no han logrado superar y no son como otros que se ponen a la acción en la búsqueda para encontrar a un guerrero azteca que pueda hacerles una limpia con copal, mirra, incienso, romero, palo santo, laurel y salvia blanca para terminar con la maldición que han ido cargando y ahora los tiene con los hombros encorvados y con las rodillas por tocar el suelo.
En las tinieblas de tus portones duermen los pordioseros y hasta los perros descansan.
Puedo ver la sombra de mis pasos reflejada en tus baldosas.
Me gustas mucho cuando te viste la noche, te puedo admirar en plenitud, observo extasiada tu carga genética, española en el fenotipo y mexica en el genotipo.
Paso por los escaparates de tus librerías cerradas que prometen un puñado de sueños nuevos a través de libros que han vestido otras bibliotecas, otras vidas y ahora se encuentran disponibles para una nueva existencia.
Observo a través de las vitrinas los vestidos de novia que prometen vestir con anhelo el amor y la ilusión para quien los va a portar. Recuerdo los sueños que traía en la piel cuando me probé en una de tus tiendas el que vestiría mi futuro. Lástima que no funcionó y ahora está arrumbado en alguna grieta de los malos recuerdos.
Escucho los ruidos de tus cantinas al pasar, siempre con las puertas abiertas, no descansan ofreciendo mezcal o tequila para a esas almas errantes que no se encuentran o no se dejan encontrar. Me gusta la que tiene una bala atravesada en el techo con una atmósfera del México que se resiste a morir al igual que el culto a los muertos que cada primero de noviembre me recuerda que están vivos.
Es difícil caminar por tus entrañas sin voltear al cielo y admirar tus majestuosos balcones que guardan la historia de los pasos que sostuvieron y aún no se olvidan.
Entre tus sombras se ha diseminado el olor de la gente que baja del metro cada mañana para buscar en tus calles un medio para subsistir con una esperanza que se resiste a morir. Resistencia. Reminiscencia de un pueblo con origen guerrero que se ha olvidado en las líneas del tiempo.
Tierra azteca que brama con dolor cada día que expulsa de entre sus entrañas el Templo Mayor que rechaza la idea de morir ante el peso de una catedral que también se derrumba.
Así son las calles del centro de mi ciudad llena de una historia que todavía no se termina por escribir.
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