Treinta años hace que vi nacer mi calle, los mismos treinta que la vi envejecer. A la diestra esos edificios que me dieron cobijo con sus paredes ocres y su altura impenitente a la siniestra ese parque que con sus árboles me dieron sombra en verano y abrigo en invierno. Por techo un cielo infinito una veces claro y lúcido y otras gris y plomizo.
A lo lejos veo a Rebeca, señora que regenta una tienda de estética; tez morena, sonrisa ancha, de voz tranquila y mirada penetrante. Se gana la vida además dando masajes a los vecinos y de paso siendo el altavoz del barrio, acumulando información con cada cliente que pasa por sus manos. En mis conversaciones matutinas me decía que en este tiempo había visto el paso de los años a base de contracturas, esguinces, depilaciones y otras actividades que pasaron por su pequeño establecimiento.
Desde un banco de madera de mi portal escucho el quejido cansado de mi vecina, 70 años la contemplan mientras una penosa enfermedad le consume los huesos y hasta el mismo alma.
Es mediodía y veo a Julio compañero de fatigas en el devenir de nuestros hijos, en aquellos días soñábamos con que emularían a grandes figuras del baloncesto, deporte que imperaba en el colegio al que iban. Fueron días inolvidables que permanecen en mi memoria.
Con la epidermis de mis dedos toco mi cara y me siento tan longevo como mi calle, ese reducto de asfalto, ladrillo y flora que convive conmigo y que ve el devenir de mi vida. Siento por dentro una zozobra que inunda mis pulmones y apenas me deja respirar es como si estuviera sumergido a mil metros de profundidad en un mar frío y lúgubre. Numerosas sombras recorren mi cerebro y multitud de imágenes se proyectan en el iris de mis ojos a modo de recuerdos.
De repente una voz penetraba en mis tímpanos y me decía -“papá ¡qué te pasa!”-. Con un leve movimiento de mi cabeza hacia los lados indicaba a mi hija que nada importante, que todo lo que conforma nuestra vida son las circunstancias que nos rodean, las personas que conoces, las miserias que vives, las alegrías de las que disfrutas, las experiencias que palpas y muchas otras cosas que en el itinerario de nuestro caminar vas sobrellevando.
– “Pero por qué dices esto papá”-
Las hojas del otoño reposan en el suelo húmedo del parque, varios operarios con el “maldito soplador” empujan las mismas amontonándolas en un rincón con el fin de eliminarlas. Maldigo la contaminación acústica y ambiental de esos aparatos que en vez de plantear un futuro más ecológico nos remite a los ancestros del progreso.
Apenas transcurrido el tiempo veo los camiones de basura con sus sistemas robotizados vaciando los contenedores en su montura mecánica, esos cubos de diferentes colores para que aquello que de niño era un “totum revolutum” ahora sea el paradigma de las multiparticiones, el no va más de lo que llaman reciclaje.
Esta calle, así como el resto han involucionado con el tiempo, lo que era tradición se ha convertido en revolución, lo que era natural ahora es artificial, lo que era sentido común ya solo es interés útil. No existe el cariño al próximo, al cercano, al vecino, sólo hay indiferencia, egocentrismo, y cualquier sufijo de palabras que termine en “ismo” que son contrarias al progreso social.
Al final de este sentir me atrevo a mirar al frente y ver el fluir de personas atrapadas en un smartphone que pululan sin mirar hacia donde van y absortas en una conversación vacía con texto consonante que simplifican ese tesoro que es el lenguaje, vehículo de comunicación entre las personas de cualquier parte del mundo y condición.
Pero como se dice ahora – Esto es lo que hay-
¿Pero que hay? Dónde está mi barrio, mi calle, mis vecinos …. Ya ni los conozco ni los reconozco, pero confío que en este mundo todo gira y llegará el momento en que aquello que se quedó en el camino vuelva a resurgir y vivamos en un mundo más cercano, de más contacto de piel, de juegos improvisados, de sensaciones, de cariño donde todos los artefactos electrónicos no sean imprescindibles, que vivamos más la calle desde el amanecer hasta el ocaso y que de esta forma seamos libres, imperfectos pero llenos de sentimientos y de amor.
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