Despertar obligado por la horrenda melodía que, a pesar de haber sido elegida con sabiduría entre una y mil alternativas, es característica y atributo impuesto del endemoniado despertador de las cinco de la mañana;
Pensar en que, si te duermes nuevamente, podrías darle continuidad a ese sueño que, al no darte prisa, deambulará inconcluso, imperfecto, atado eternamente a las cadenas que impiden el correr del tiempo;
El sigiloso asalto del frío glacial a tu alcoba, mudo, letal, cual ladrón que a tientas deambula las penumbras del amanecer; heladez ésta de espíritu nocturno, contra la cual sólo tienes una manta vieja, agujereada por tus sueños, como arma para hacerle frente;
Esa erección sublevada, perteneciente al hombre que, sin musa, yace condenado al exilio del amor, haciendo de este destierro rumbo a los campos de la soledad su patria;
La invasión de palabras, de lucidez lingüística que dejas escapar por pereza de abandonar el reposo por cuadernos y lapiceros;
El cantar desorientado de aquel gallo disonante al que se le olvidó dar cuerda a su reloj biológico;
La irrupción en la habitación del fino rayo de luz nocturno que, aun fracasando en su misión por llevar impregnado en sí el reflejo de la luna, da paso a la visión para que contemple, a través del diminuto agujero del tejado, las singularidades del universo;
El vibrar ocasionado por el suicidio de las gotas de lluvia, condenadas a saltar a lo que desde su morada fuese la nada, al rebotar violentamente contra las cubiertas de las casas;
El respirar de tu mujer amada que reafirma la teoría del sueño en la que se expone que el hombre, a pesar de dormir la totalidad de su muerte, duerme treinta años de su vida;
El ruido nocturno que sin pasado, se ha forjado un presente y te obliga a darle un futuro.,.
A toda esta secuencia de anomalías dantescas, y a otras cuantas miles màs, se les conoce como: «Posponer la alarma por diez minutos».
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