Se acaba otra jornada tediosa, hace un calor insoportable y me voy del trabajo
sin despedirme. El coche está al sol y al sentarme casi me quemo la
espalda.
La autovía está saturada de memos como yo, que no han sabido hacer nada
provechoso en la vida.
Me quedo mirando a un repartidor de bebidas; va empapado de sudor en un
camión viejo sin aire acondicionado. Por suerte el trayecto es corto, apenas 20 minutos.
Dejo el coche en la calle lo mejor que puedo, esperanzado que ningún capullo
me lo abra esta noche, o ningún borracho me lo patee.
Llegar a casa y sentir su miedo me produce cierto placer. Al entrar noto sus
ojos acuosos.Está encogida y no se mueve. -Entro a lavarme. -Vengo del
trabajo con los dientes apretados por la tensión. Todos esos hijos de puta que
no paran de joderme, algún día van a encontrarme de verdad. No los soporto,
me dan arcadas cada vez que tengo que volver allí.
Salgo del baño y sigue en el sillón, sin moverse, no me mira. Noto como
tiembla al acercarme, como su cuerpo se estremece.
Las persianas están bajadas y el salón solo está iluminado por la tenue luz del
televisor. El reflejo hace que las sombras se muevan en la pared, como si algo
vivo la agitase.
No la toco. No le digo nada. Abro una cerveza y disfruto del primer trago
mientras busco un canal que no suelte mucha mierda.
Paso un buen rato así sin hablarle, sin ni siquiera mirarla, notandocomo crece
su incertidumbre, como el temor que la derrotó y la paralizó hace tiempo,
vuelven a bloquearla. No se puede mover, no emite ningún sonido. Solo espera
a que la mire y entonces sabrá lo que toca hoy.
Dejo pasar el tiempo, no hay prisa. Hoy voy a disfrutar.
Me acabo la cervezay entonces me levanto. Me siento mejor, y eso hace que
tenga ganas de experimentar. Ella sigue allí, en el sillón. No me mira. Está
encogida y sus ojos se posan en la pared, pero yo se que está pendiente de
mí.
Entonces me acerco… tiembla, me agacho junto a ella y la cojo del cuello, la
aprieto con fuerza y sus ojos se abren de tal manera que parece que se le van
a salir. Se que no se ahogará…ya lo hemos hecho otras veces y los dos
sabemos hasta donde aguanta. Se le sale la lengua hacia fuera mientras
intenta tomar aire.De pronto noto que un hedor lo impregna todo… ¿Pero que
mierda es esta? Se ha cagado de miedo. No puedo soportarlo y la lanzo con
todas mis fuerzas contra el rincón. Su cabeza choca contra la pared con un
ruido seco.
No se mueve. No respira. Me sorprende que no haya sangre. Sabía que esto
iba a pasar tarde o temprano. Me quedo un rato mirándola… solo carne y
huesos … Al verla desmadejada en el suelo no siento nada y no siento
que debiera sentir nada.
Tengo que ser prudente para limpiarlo todo y hacerla desaparecer. Espero a la
noche. La he envuelto en una manta de manera que no parezca lo que es.
Antes de abrir la puerta, observo por la mirilla y escucho, aguantando la
respiración… nadie.
Conduzco un buen trecho y en medio de la oscuridad paro el coche en un olivar
alejado del pueblo. Parecía mas fácil cavar un hoyo pero acabo agotado.
La dejo dentro y la entierro con rapidez. Oigo coches lejanos pero en ningún
momento parece que vayan a pasar cerca de mí.
Subo al coche y vuelvo a casa despacio, disfrutando del fresco de la
madrugada.
Al entrar al pueblo, luces azules… me paran… rutina… documentación…
pienso en mi camiseta empapada, en mis zapatillas sucias de tierra…
¿se me notará en la mirada?… todo en orden… sigo conduciendo…
Al llegar a casa todavía noto ese maldito olor a heces, sudor y miedo. Paso el
resto de la noche limpiando con calma, con meticulosidad… con el volumen
justo para no despertar a los vecinos, escucho “Animals” de Pink Floyd.
Al final, poco antes del amanecer, todo queda en orden. Me ducho y me visto
para el trabajo.
Desayuno con apetito. Me siento extraño, como si percibiese que todos lo
saben, que lo van a descubrir solo con mirarme.
En el trabajo estoy de buen humor, con la cabeza despejada y una casi
imperceptible sonrisa en la comisura de los labios, que no sé de dónde ha
salido.
A mediodía llego al barrio, aparco y justo al bajar me encuentro a la vecina, que
como siempre me aborda cada vez que me la cruzo:
-¿Qué pasa Alberto? ¿No sacas a la perra hoy?
-No Carmen, precisamente la pobrecita murió ayer, se ve que estaba ya muy mayor…
-Ay que pena de animal. Se la veía tan triste.
Llego a casa y huele a amoniaco. Miro al sillón y está vacío. Me siento un poco
solo. Creo que echaré de menos a esa perra.
Pongo la tele y empiezan las noticias, otra mujer asesinada por su marido:
no sé cómo puede haber tanto hijo de puta por ahí.
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