Hoy las calles ya no son como antes, aquellos eran viejos tiempos, de mañanas alegres, olor a pan recién salido del horno, de la panadería de don Juán, que cada mañana abría sin drama, sin miedo, sin preocupaciones. También casi se podía palpar la fragancia del diario de la revistiera de don Felipe, que cada madrugada abría sus puertas, en la avenida Corrientes del pleno centro, él no necesitaba ningún policía que lo cuidara por las madrugadas cuando estaba solo, no era preocupación, no había asesinos que matasen por unas monedas, o que acribillaran a balazos solamente porque estaban dados vueltas por algún estupefaciente, porque eso no existía. Él„ don Felipe llegaba con su propio café que lo traía en su termo, con el churro casero que preparaba doña Rosa, su esposa, que a veces lo acompañaba, porque nada malo pasaba en aquellos viejos tiempos, tiempos hermosos que ahora añoramos.
Hoy ya es todo diferente, las calles están sufriendo tormentos, matan a diarieros, albañiles, ancianos, jóvenes, amas de casa, a ricos, a pobres, de todas las edades, todos corren de la muerte, pero la muerte los alcanza de a uno, de a dos, de a tres, y también a miles, como pasó en aquellas dos torres gemelas.
Ni una menos dicen los carteles, pero matan de a una a cada minuto en este planeta, en cada momento que se les ocurra a cualquier loco.
Los niños son presa fácil de balas perdidas, de pedófilos, de perversos que no solo están en la red, sino que puede ser tu propio vecino; los niños son tirados como animales embolsados en el basural, que tristeza, que dolor solo escuchar que eso ocurre hoy en nuestras calles, aunque hay tantas leyes que dicen no hagas esto, no hagas aquello, porque está mal, porque irás preso.
Hoy las calles lloran sangre, grita desde sus entrañas pidiendo auxilio, está de luto, los tiempos son difíciles, deplorables, angustiosos, las mujeres son violadas y asesinadas por los pasillos, aquí y allá y en cualquier parte del mundo.
Las calles piden socorro, las calles son testigos de cuantas lágrimas que nadie vio y gritos que nadie escuchó, porque el viento de la muerte prematura, las llevó para otro mundo, por causa de manos derramadora de sangre inocente, de gente depravada que no mide sus impulsos, impulsos de su propia alma negra, buscadora de pasiones oscuras y necias.
Allí en esas calles, las vidas dejaron de existir, dejaron hogares triturados de dolores, dejaron hijos, dejaron nietos, dejaron madres que lloran, que no tienen consuelo, porque le arrebataron a su pequeño.
Allí hay gente llorando en el hospital, porque un loco al volante lleno de alcohol siguió de largo a toda prisa y levantó en el aire como a un perro, a una persona que solo quería ir a trabajar como todos los días, pero ahora está allí luchando por su vida, sin conciencia y los órganos llenos de lesiones, sufren el colapso, porque la muerte se avecina, el cerebro dormido en coma hace más triste las noches de vigilia.
Allí están en las calles, los carteles de cuantas fotos, de aquellos inocentes que ya no están, lágrimas y gritos de familiares pidiendo justicia, solo que se haga justicia, nadie quitará su dolor, nadie secará sus lágrimas, nadie quitará esas tristezas, solo si Dios y la patria hace justicia, y que las leyes se cumplan y toda impunidad no sea parte de nuestro País, solo así habrá un poco más de respiro, para cuanta gente que llora dolida.
Así están las calles de hoy, es una triste realidad, es una apenada pesadilla, del cual ya quiero despertar, pero se bien que la realidad es, que esto va de mal en peor, para que me voy a mentir, para qué voy a dar falsa esperanza, si eso es así, es cruel pero real, esto va de mal en peor.
Hoy soy una más de los testigos, vi a una propia madre matar a su niña, ella la mató sin piedad en la vereda a pocas cuadras de su casa, le dijo al esposo que iba a comprar un dulce, llevó a su pequeña de nueve años, y al ver una oportunidad en medio de dos autos estacionados, sacó su puñal que lo traía escondido, y levantó su mano, la mató sin piedad, sin explicación, no era un hombre al que ella mató, sino era su propia niña.
Esto es dañino para la salud de cualquiera que lo ve, es por eso que estamos aturdidos, dolidos, histéricos, con miedo. Caminamos por estas calles que ya no son como en el pasado y nos damos cuenta que estamos en medio de lobos rapaces, y acampamos en este mundo lleno de locos, y no podemos hacer nada al respecto, mas que gritar a los cuatro vientos y pedir justicia de Dios, y que nos dé consolación.
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