Muchá, aunque digan que la colonia El Amparo es peligrosa, la realidad es otra. Puede que los repartidores de pizza no lleguen a la colonia o que cada noche se escuchen disparos, junto al tedioso reggaeton a todo volumen que ponen en algunas casas con paredes de lámina y cartón, pero con un equipo de sonido del año. Puede que los bolos y los perros sarnosos sean parte del atractivo turístico, junto con los vendedores de droga al menudeo y los puestos de películas piratas y tantas cosas más que hacen que la tachen de «zona roja». Pero yo pregunto:
¿En Guatemala, qué lugar no es zona roja?
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El Amparo no es peligroso, aunque anoche mataron a Gabriel. Desconocemos el motivo, era buena gente, no se metía con nadie. Estudiaba en el único colegio de la colonia, además repartía volantes y lavaba platos en una taquería para ganar un poco de dinero. Gabriel y yo, que también me llamo Gabriel, junto a un tercer Gabriel andábamos a diario en bicicleta, después nos quedábamos en la esquina de la cuadra del tercer Gabriel platicando. A veces jugábamos chamuscas con nuestros amigos de la cuadra. Siempre platicábamos de temas variados: deportes, videojuegos, películas y mujeres, en especial sobre mujeres, sobre mi novia y la novia de Gabriel y aprovechábamos para burlarnos del Gabriel que no tenía novia.
Cuando íbamos al campo, hablábamos sobre nuestros sueños. Platicábamos de lo que queríamos ser de grandes y aunque vivimos en un área peligrosa, ninguno tenía planes de abandonar la colonia. ─¡Puta, muchá, aquí es bien alegre! Aunque tenga pisto, nunca me iré de aquí.─ Exclamó uno de nuestros amigos en una ocasión y al instante nos reímos tanto de la patanería como de la mueca que hizo al gritar.
Gabriel tenía ideas locas, una vez quiso que juntáramos dinero para comprarle comida y ropa a los indigentes de la colonia. Gabriel y yo no lo tomamos en serio, le dijimos que mejor juntáramos dinero para comprar unos shucos.
Después de comer, nos hizo prometer que fundaríamos un asilo para personas necesitadas y para que dejara de insistir le dijimos que sí.
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Ayer fue el entierro de Gabriel. Los mismos buses rojos que trabajan en el sector nos llevaron al cementerio. El otro Gabriel estaba con su mamá y su novia en el entierro, a mí me tocó consolar a la novia del difunto Gabriel. Todos hablan bien del muerto, hasta exageran un poco. El Amparo es testigo de la muerte de delincuentes, drogadictos, indigentes, borrachos y de conductores imprudentes, algunos mueren por una, por varias o por todas las causas a la vez, pero mi amigo no es de esos, él no debía morir así.
Pese a las inoportunas muertes, nadie deja la colonia, no tenemos a dónde ir. Los niños juegan a policías y ladrones, hay promesas del fútbol, ingenieros trabajando de pilotos de camiones; la vida florece y la esperanza se abre paso a pesar de la muerte. La vida sigue y un grupo de amigos le dan el último adiós a uno de los suyos.
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Han pasado varios años desde que salí del Amparo. Regreso a la colonia a causa del fallecimiento de un amigo. Durante el velorio nos pusimos al tanto de todo, unos se casaron, otros tienen hijos, otros siguen solteros, cada quien tiene un empleo honrado y los que se quedaron en El Amparo nos cuentan cómo la delincuencia ha aumentado, pero que sigue siendo un lugar tranquilo para vivir y criar hijos, media vez no salgan a la calle de noche. También hablamos de Gabriel y de los otros que ya no están con nosotros.
Al otro día, durante el entierro me encuentro con el otro Gabriel, él también dejó la colonia. No platicamos mucho tiempo, pero me dijo que se enteró del porqué mataron a Gabriel…
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Ya soy viejo, sin hijos y algo pasa en mi cabeza, los rostros, nombres, direcciones, todo se torna confuso y olvido muchas cosas. Decidí volver al Amparo para vivir el tiempo que me quede antes de que no logre recordar ni mi nombre…
Una noche recordé el rostro de un amigo, aunque ya no recuerdo su nombre, sí vino a mi memoria una idea que tuvo: la de juntar comida y ropa para los indigentes de la colonia. También quería abrir un asilo. Quiero contactarlo para saber si llevó a cabo su proyecto, o si está dispuesto a echarlo a andar ahora… ¡Maldita sea, cada vez que trato de recodar su nombre solo viene a mi mente mi propio nombre!
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Recuerdo que mi nombre es Gabriel, pero no recuerdo si soy el que se murió, el que se quedó soltero o al que lo dejó su esposa, hay tanta similitud entre un viejo senil, un misántropo y un fantasma que ya no distingo entre uno y otro.
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Gabriel cada vez está peor, aún recuerdo cuando en un momento de lucidez llegó a mi casa para convencerme de cumplir una promesa hecha hace tiempo. A veces cree que es el que murió por denunciar a uno de los matones de la colonia, otras veces cree que yo soy él, que él es yo y hasta yo mismo termino confundido. Al final decidimos compartir nuestras identidades, somos una amalgama entre un hombre solitario, un hombre muerto y uno sin memoria. Nos mezclamos tan bien con los inquilinos del asilo que pocos saben que somos los fundadores. Muchos solo saben que nos llamamos Gabriel y que por nuestros decrépitos rostros somos el vivo reflejo de la colonia El Amparo.
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Una reportera nos entrevista por nuestro proyecto altruista, quiere saber cómo conseguimos los fondos necesarios y si no nos da miedo vivir en una «zona roja»… le respondo con las palabras que un amigo dijo una vez:
¿En Guatemala, qué lugar no es zona roja?
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