Un Tic Tac vibrante acompañaba mis pasos, casi parecía un domingo de esos en los que sales a pasear, la sangre sureña me quemaba tanto que mis pies sacaban chispas del asfalto.
No podía esconder el sonido de las maracas en mi corazón, hasta que la vi.
Estaba ella, María en la calle Refugio, muy cerca al Malecón, esperando a su rimbombante marido… como de costumbre, tan sólo aparecía yo, qué culpa tenemos que él sea tan tardón!
Ella secaba sus ojos, no supe si era el calor o su tristeza, espere un momento para crear una aparición graciosa para sobarle una sonrisa de esas que terminan de enamorarte.
Mi Son al despliegue me hizo notar que un habano recién prendido podría darme una oportunidad de ser algo más casual, no quería parecer oportunista ante su desconsuelo ni mucho menos inexperto para toda su belleza.
Empecé a sudar, como disimular mi acento a español-latino foráneo, como pedirle y explicarle mis intenciones, como decirle que ya no tendría que esperar más a su marido.
Miré alrededor para tomar aliento y terminé tomando un Bucanero sentado en la vereda de la esquina, hablando con la abuela Caridad, que me decía que me apure que va a llover y ella se irá igual. Mijo: La Habana no aguanta más! y si se arreglara el mundo con tu declaración, esto sería realmente trascendental.
Tomé valor, me acerqué y le dije: Señora María, sé que espera a su esposo, pero me dijo que cerrará el bar más tarde, que no podrá llegar. Soy «El Diego» cliente del Bar , como verá estoy de visita, no soy de por aquí, le quiero confesar que le he tomado una foto, si a Ud. no le molesta la puedo conservar, como recuerdo ¿Quiere verla?
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