Y empezaba una vez mas, las seis de la tarde, cansado, pero con muchas ganas de distraer la mente, buscaba ideas vagas donde descargar todo ese estrés, caminaba por la calle, entonces recordé que era martes, mi alma gemela venia en camino, no era amor, era amistad pura, una mujer con quien compartir, muchas veces la admiraba y sentía vacío al no verla cada semana que le tocaba viaje, eramos como ella y yo, separados de nuestras casas por trecientos kilómetros de distancia, dos capitalinos, con el mismo afán, desahogar nuestras ideas mediante platicas acompañados por una u otra cerveza.
Platicamos, mediante una llamada y le dije: Por donde Vienes?. Ella con una voz dulce pero emocionada tal cual no nos hubiésemos visto como hace diez años y apenas había pasado una semana, exclamo: donde vamos?. Una pregunta la cual ya tenia respuesta a nuestra segunda casa le dije. Ella con una risa sutil claro vamos, en treinta minutos estaré por allá. Vamos a trotar hoy finalizo ella, sonaría un poco saludable la respuesta pero no, no era un trote común, era algo muy especial que mas que una acción, era un lugar único que nos unió.
Nuestro segundo hogar, a manera de broma, así le llamábamos a un bar que conocimos poco después de ser amigos, que a primera vista, parecía una cantina de mala muerte, muy lejos de nuestras pretensiones capitalinas a las cuales estábamos acostumbrados.
«Macho al Trote», era el nombre del bar al cual semanalmente habíamos hecho una manera de ritual semanal, que si coincidía con el día martes, era mucho mejor, no por nada especial, ni por creencia, ni por otra razón, solo porque quisimos darle a los días martes un lugar al cual supiéramos que era nuestro lugar de reunión.
Un poco después de habernos visto, dejamos las maletas de ella, y nos fuimos caminando buscando nuestro tan querido lugar de trote, llegamos el lugar estaba a la mitad de su capacidad, no es muy grande mejor dicho algo rustico pero acogedor, fachada de madera, con piso de tambo, por las inundaciones. Hola! – nos saludaron -Como están? , nuestra mesera, la cual decía que eramos de sus predilectos, al principio pensábamos que era parte del mercadeo del lugar o su atención al cliente, pero poco a poco, nos dimos cuenta que ella no era solo nuestra mesera, se convirtió en nuestra compañera de mesa con la cual pasábamos momentos agradables también.
Sentados los dos en la mesa, como de costumbre, directo al grano, dos cervezas por favor, de la misma marca, ambos no podíamos probar de otro tipo compartíamos el mismo gusto de cerveza. En cada platica las horas pasaban, cada historia de cada día sin vernos, era un mar de noticias, de risas y anécdotas, que hacían que la noche se hiciera cada vez mas corta, al paso de las platicas las cervezas eran testigo de cada una de nuestras palabras y comentarios, entre veces unos contados en tonos mas bajos que otros, según la importancia o confidencialidad de la conversación, y las personas que pudiesen estar a nuestro alrededor.
Doce de la noche, era miércoles, el bar tenia permiso de cerrar solo hasta esa hora, como de costumbre, no queríamos irnos todavía faltaba, siempre faltaba algo que hablar, algo de que reír. Muchachos ya es hora¡ – Exclamo nuestra predilecta mesera – Aun no¡¡ exclamamos, casi suplicando que nos dejaran quedarnos un poco mas. Ella nuestra mesera entre pensamiento accedió a que nos quedáramos dentro del bar, cerrado por cierto, seria como una área reservada por así decirla solo para nosotros.
Tres horas mas, se hicieron nada, pero era suficiente, agradecimos la oportunidad al irnos, que se repetía cada vez que llegábamos. Ahi no terminaba, caminabamos luego de trotar por la ciudad pequeña pero mas tranquila y calma en sus madrugadas, entre platicas y risas, de esa noche de compartir y sentir la nostalgia suficiente para regresar.
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