Nuestras calles vacías

Nuestras calles vacías

Imagen tomada desde el Cerro del Tío Pío (popularmente conocido como Parque de las Siete Tetas). Vallecas. Madrid.

Tus palabras siempre me dieron aliento. Eran tesoros escondidos que llegaban como cuando llegan las lluvias después de una larga sequía. Tuve que aprender a seguir caminando sin ellas, a escribir folios en blanco tan solo para mí, a desprenderme de la piel muerta de las vanas ilusiones y a palpar la realidad descascarillada de nuestros muros y lamentos. A vivir para hoy, tragando saliva, Paroxetina y ausencias. A andar sin rumbo fijo, poniendo un pie delante de otro tan solo con la esperanza de que algún día apareciesen nuevos paisajes de matices más brillantes. Otras calles por descubrir, otros barrios por recorrer.

Vallecas y yo no nos merecemos el uno al otro pero aquí seguimos, soportándonos en nuestros respectivos tonos de gris. Grises, como el puente que atraviesa la M30 con sus mendigos al anochecer y sus graffitis descoloridos. Grises, como las lápidas del cementerio de San Isidro. Grises, como las cenizas de los muertos que habitan en ellas. Sólo hay un ventanal que insufla oxígeno a quien se asoma; la panorámica que el Cerro del Tío Pío ofrece sobre esta urbe indomable.

Atrás han quedado aquellos días en los que pedaleaba atravesando el Nuevo Manzanares, buscando tu rostro tras el Salón de Pinos de la Casa de Campo o entre las encinas, cuando el aire me daba en la cara y subía y bajaba cuestas durante aquella estación que se quedó anclada a mi memoria para siempre. Aún recuerdo ese olor único del río que, aún contaminado, conserva la esencia de lo primigenio. Ahí sigue y hace tiempo que no lo visito, como si él y yo no habitásemos la misma ciudad. Vivimos de espaldas el uno al otro como dos desconocidos, como cauces paralelos condenados a no encontrarse nunca.

¿Te acuerdas cuando te escribía poemas? De versos que te atravesaban como dardos certeros, decías. Estaban hechos de tus lágrimas y de las mías, lágrimas de vino y sal. El amor que nos tuvimos siempre estuvo hecho de palabras, de las que pronunciábamos y de las que callábamos. Palabras intercambiadas a través de un whatsapp, en una mesa en la calle paralela a Cervantes o a la sombra de una acacia en flor, cualquiera de las que arropan a esta mole de asfalto que es Madrid. Palabras únicas, intransferibles, muy a menudo inventadas, neologismos para describir un amor inasible, de esos que tienen como enemigos al tiempo y a las tapias de las realidades construidas con otras manos. Verbos pretéritos, condicionales, pronombres posesivos, futuros imperfectos. Y después… después nada. Unos cuantos puntos suspensivos y un punto y aparte al doblar la esquina.

Sigo buscándote en las frentes despejadas de los vagones de Metro con sus líneas de expresión forjadas a golpe de décadas, en los ojos que sostienen la mirada sin tapujos porque los años les han dado, al fin, esa libertad. Te busco en las melodías arrancadas en guitarras subterráneas y teclados portátiles iluminados por las luces de neón. Te busco en los cielos donde vuelan alto los estorninos y los vencejos que llegan con cada nueva primavera. Te busco en la belleza que tiene aquello que ya no se puede arrebatar, la belleza última y esencial, porque más allá de ella, más allá, no hay nada. Y siempre que te busco te encuentro, porque el verdadero y único olvido solo llega con la muerte. Tu calle y la mía ahora están vacías, aunque de momento sigo respirando. Pero con eso yo no me quiero, no me puedo conformar.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS