El silencioso aplauso ante la bajada del telón

El silencioso aplauso ante la bajada del telón

Son las 2:42 de la madrugada, momento de reflexión. La tranquilidad abarca todo el barrio. Los residentes flotan sobre el mar de sueños que les entregan a tales horas. Pocas son las almas que deambulan bajo el silencio con los ojos abiertos, entre las cuales, bajo el crudo del concreto maltratado, se genera el quiebre de la calma ya ofrecida. Explosiones de tono burlesco danzan de boca en boca. Son gritos que ya se me hacían similares. Es la violencia ya representada con anterioridad.

Pequeños grupos de individuos tienden a expurgar su vergüenza a través de un mezquino lenguaje que vomitan a sus pares. Cual menestra hecha a la mala gana, forman una pequeña obra nocturna, la cual da lugar en los adentros de la ciudad. Los actores que frecuentan estas obras, suelen ser casi siempre los mismos. Sólo un par de caras nuevas son las que generan un poco de rotación y variedad en el espectáculo (muy de vez en cuando).

El escenario no varía. Es el mismo espacio recortado, sucio y dejado, que nos regala sus peculiares espectáculos por los mejores artistas en su rubro. La exclusividad de poder presenciar estas obras se genera de forma natural, son los mismos habitantes del sector quienes tienen acceso a ellas. De esta forma, al darle vida a este mágico espacio compuesto de asfalto, repleto de vastas historias y suciedades acarreadas desde lo más profundo de sus entrañas, se siembra la fantasía.

Es aquí donde, nuestros singulares intérpretes, recorren enérgicamente la desgastada tierra, yendo de un lado al otro. Nosotros (los pobladores y espectadores) podemos apreciar, de manera prácticamente incógnita, los más fingidos y ridículos actos que nos pueden ofrecer sus protagonistas principales.

Nos muestran actitudes que generan un símil con los depredadores dentro de la naturaleza. Se asemejan a una hambrienta manada de lobos, replegada entre la sequía que ha extinguido toda forma de vida en su bosque, sin lograr saciar su voraz naturaleza. Ese grito de auxilio que le retumba desde lo profundo de sus entrañas. Siendo sus propios compañeros, las presas a devorar sórdida y exageradamente.

Aunque sus ojos exploten con las llamas del fuego, de su boca brote y expela veneno, surjan variadas amenazas por parte de ambos bandos, nunca se llega al contacto físico. Siempre pienso que se van a moler a golpes, pero saben cómo engañar a sus seguidores.

Luego de apreciar la prolongada escena llena de adrenalina, la obra llega a su final. Suele terminar con una escena confusa. Se genera un par de balbuceos por parte de ciertos participantes, los cuales agitan a más no poder el fuego del espectáculo, no obstante, las cenizas de su llama es un hecho inevitable.

No se solucionó ningún asunto. No hubo moralejas de ningún tipo. No existió un hilo conector que nos diera a entender el motivo de esta historia. No se encuentra la posible razón a la tragedia. Bordea lo inexplicable, dejándose clasificar como una burla al entendimiento de sus oyentes.

Con las veces que he atestiguado estas obras cuasi gemelas, me he hecho la idea de que utilizan este “taller teatral nocturno” como terapia renovadora. Liberando en ciertos números, algo mucho más que simples culpas. Es el único momento en el que realmente se pueden sentir vivos.

Luego de que el silencio absorbe y adormece la situación, el reparto se esparce por los distintos tramos del mismo escenario. Puedes escuchar conversaciones cortas y banales , las que no se logran del todo comprender. Algunos, de la manada depredadora, van en busca de ciertas víctimas que sustenten los bienes necesarios hacia poder adquirir el impulso exigido para el siguiente show. Pasado un par de horas, el grupo selecto vuelve con el resto. Se celebrará con dicha, en caso de éxito; o, se atacarán y buscarán culpables, bajo sus ya mencionadas formas de comunicación.

De día, te los puedes encontrar vagando por los alrededores de las manzanas que rodean la cuadra, donde se regocijan con seguridad. Cargan rostros simples. Te miran fijo al pasar durante un par de segundos, con formas inexpresivas y poco llamativas, de manera prácticamente inexistente. Nuestros artistas pasan desapercibidos, en lo conocido como, mundo cotidiano. Donde su insípida imagen es tan sólo una fachada para todo aquel turista que vague de paso por la zona. Mientras que, en realidad, sufren de una complejidad emocional que muy pocos lograrían descifrar. Son bestias depredadoras de falsos altercados con los que sacian su hambre, cual placebo, antes de pillarse con el amanecer.

Esperan con tales ansias y desesperaciones (en su interior), que disimulan por orgullo. De esta forma, actúan dentro de nuestra realidad común. Ocultando estas nocturnas representaciones de curiosos y viles personajes. Lo hacen a través de apariencias triviales, con toques de fantasmal presencia.

Una careta oculta otro antifaz. Ya sea en cualquier momento o lugar, son máscaras que exhiben al público que los audita. Sin mostrar jamás sus verdaderas facetas.

Han sido abultados los años acarreando este estilo de vida. Un constante anochecer en ansias de un estado elevado dentro de sus necesidades auto-creadas. Es tal el letargo y el resabio ante las gotas ya derramadas que, ya ni ellos mismos reconocen su semblante verdadero. Han pasado a ser parte de un bucle teatral. Donde, las estrellas del elenco, van de obra en obra; risa tras llanto.

Inacabables son los períodos de presentaciones con baja audiencia, en los que, al finalizar, no se oyen los aplausos o los gritos del público clamando a los actores. Es el crudo y objetivo silencio el único que siempre estuvo y estará presente. Siendo testigo en primera fila de, los reiterativos y ya cotidianos, trabajos urbanos. Los cuales, en aquel redundante escenario (que ruega por descanso), concluyen las piezas de teatro. Sin embargo, nunca son bajadas las cortinas del telón.

El Testigo.

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