“Liberto: Nombre de origen latín que significa: “libre, liberado.”
Así se denominaba a los esclavos que habían sido liberados.”
1634
Un jorobado cojea empujando un carrito de madera por menos de medio dinero. Delante, la comitiva que anuncia: “Joan Sala i Ferrer, Serrallonga, bandolero, muerto en la horca”. Los del gremio de caldereros agachan la cabeza al paso de las miradas inquisidoras de los miembros del tribunal. Detrás, una multitud, alzando los brazos y manifestando su agrado por ese espectáculo, sigue al jorobado hasta el cementerio; en la penumbra de un portal, escondido de la marea humana, me cuestiono esa justicia. Llegan al Cementerio de la Catedral de Barcelona, los enterradores ya han hecho el foso, al lado de la tumba de un verdugo; el que mató a mi amigo, que robó los tributos reales para dárselos a los pobres.
…Liberto…
2010
Como cada viernes, nos saltamos las últimas dos horas de clase. Nos vamos a la Plaça de Sant Felip Neri. Un lugar tranquilo, un oasis gris, donde podemos conversar, beber y fumar, dentro del bullicioso centro de Barcelona. Siempre nos sentamos en el suelo, al lado del señor Liberto. Aún conserva la americana, ahora sucia y deshilada, de cuando trabajaba en un bufete que quebró hace dos años; se separó de su mujer, sus hijos no quieren saber nada de él; nadie le da trabajo a un señor de su edad; lleva un año en la calle, desde que se le acabaron los fondos ahorrados en ese apestoso hostal. “Buenos días”, hoy Liberto está de buen humor. Saca del saco de dormir un cartón de vino, que nos ofrece “lo he robado en el supermercado de la esquina de abajo”. Nos da unas monedas por el hachís que compartimos la semana pasada; no es ni mucho menos su valor, pero quien da lo que tiene…
…Liberto, Liberto…
1809
Hoy vuelvo al «cementerio de los condenados». Entierran a tres jóvenes sentenciados al garrote por insurgencia; entre los aplausos de los partidarios del francés, me escondo entre la multitud para llorar esta injusticia. En unos años les llamarán “mártires”, pero, como siempre, demasiado tarde.
…Liberto, Liberto, Liberto…
2020
Paseo por los aledaños de la Catedral. Una cierta nostalgia se me apodera al girar la cabeza, veo la estrecha callejuela que va a parar a la Plaça de Sant Felip Neri. “Liberto”, susurro. Mis pies se dirigen solos hacia el interior. Hay alguien sentado en el suelo donde solíamos conversar y repartir lo que habíamos podido sustraer, hace ya una eternidad. Al acercarme mi sonrisa se borra, no es Liberto. Pregunto por mi amigo y solo hallo unos hombros encogidos como respuesta. Me encamino hacia el exterior de la plaza haciéndome la idea de lo peor. Delante de la pared de la iglesia hay un grupo de estudiantes que escuchan al profesor explicando que los surcos de la pared se deben a la Guerra Civil. Los grises se difuminan, camino sobre un viejo cementerio.
…Liberto, Liberto, Liberto, Liberto…
1938
Dejo dos niños más en el subterráneo de la Iglesia de la Plaça de Sant Felip Neri, que hace de refugio antiaéreo. Las sirenas suenan estridentes, el pánico se refleja en todas nuestras caras por el eminente bombardeo. Salgo al exterior y un silbido se aproxima desde el aire, me tiro al suelo donde he conocido y he enterrado a los Libertos. La metralla agujerea la pared, un silencio ensordecedor se apodera de toda la plaza. Me pongo en pie. “Los niños”, pienso. Al entrar a la iglesia, grito de rabia al observar pequeños cuerpos calcinados por la deflagración.
…Liberto, Liberto, Liberto, Liberto, Liberto…
2020
Unas tumbas se abren bajo mis pies clamando al unísono por la justicia. Los bandoleros reparten comida y dineros, los mártires tienen éxito en su apuesta por la revolución, los niños corretean por la plaza jugando y riendo. Liberto se aproxima con dos retales de periódico. El primero describe como unos encapuchados le apalearon, le rociaron con gasolina y le prendieron fuego, por el mero hecho de ser vagabundo; el segundo habla de que un nuevo partido ha ganado las elecciones, y que la purga ha comenzado, “eliminando los elementos peligrosos para el futuro y la unidad”.
De otras tumbas aparecen verdugos; unos pudientes y andrajosos, delante de horcas y mesas para la desmembración; otros repeinados y modernos, delante de bombas, bates de béisbol, bidones de gasolina y discursos de libertad.
Un grito unánime nos recorre a todos los Libertos en la guerra final, en un campo de batalla eterno, espiritual. Los cánticos de nuestra victoria se desvanecen al saber que, quizás ahora, es demasiado tarde. Esta es, sin duda, la tragedia de los Libertos.
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