No se devuelven las estrellas

No se devuelven las estrellas

Luz H. Baute

13/12/2018

Ahora sólo quiero ser tiempo en espera.

Como un reloj sin cuerda.

Las hojas amarillas en el suelo esperan brisa o quizás una escoba. O no esperan nada. Son hojas. Qué van a esperar. El otoño no espera, pero después siempre llega el invierno. El tiempo tampoco espera. Pasa. Es la gente la que espera que el tiempo pase. Es la gente la que espera que las hojas amarillas desaparezcan. La gente somos nosotros. Hasta yo. Yo también soy gente. Y espero. Que el tiempo pase. Y traiga una escoba, una brisa, un invierno, el silencio. Nada. A lo mejor un día el tiempo es generoso y trae la nada.

Hace frío. Parece que se acerca el invierno.

Como mi madre. Aquí estoy, con mi vejez asomada a esta ventana. Frente a las palmeras y las flores de la Plaza Manuel Ballesteros. El tiempo a ratos se detiene y le hace trampas a mis años. Tantos ya. Ya no aparcan los coches al borde de la acera. Lo siento, Carlitos, si vienes con ganas de desinflarles las ruedas con las horquillas de tu madre, no vas a poder, tampoco vamos a poder jugar al tres en raya con piedritas, ya no hay, ni una. ¿Cómo fue que fuiste capaz de ser tan fuerte? Tan valiente. Tú, tan reflexivo, tan buen muchacho, mi madre siempre jodiéndome la paciencia contigo, que si tenía que coger ejemplo, que si a ver si se me pegaba algo, que tan educado, que mira, que fíjate, y cuarenta años después me dicen, me explican y hasta me dan razones, pero sigo sin encontrar tu pensamiento justo en ese momento de encajarte la soga en el cuello y darle la patada a la silla. Que a la fuerza me lo termino de creer, y porque vi escrito tu nombre en esa lápida de mármol, tan fría, tan fea, con esas flores que nadie sabe lo que te rabiaban, los sábados a la floristería de Rosa, a buscar claveles para el cementerio, tu abuelo, tu tía, todos los muertos de tu casa y tú tan obediente, y no le digas a mi madre lo que me jode ir, que Rosita me pone y yo como un imbécil con los ramos de flores y la otra con sus risas, que si viene una abeja, que qué florido vas, que la madre que la parió. Y así, sin avisarme, vas y decides, sin contarme, sin una charla, sin que me hiciera a la idea. Nos escribiremos, dijimos. Hay carteros en Alemania, que sí, que las de mi madre llegaban, la de mi hermana cuando murió mi madre, la de Carmela cuando murió mi hermana, las tuyas no, ni una, y esas cosas no se le hacen a los amigos, que no me contestaste cuando mi madre me dijo que te casaste y te escribí y esa te la perdono, pero la última, la de la rabia o el portazo o la jodida decisión, esa no, no puedo perdonarla, y mientras, yo riéndome contigo cada vez que veía a un alemán cambiando la rueda de su coche, esta vez no fuiste tú, camarada.

Pues eso, hace frío y no hay coches a este lado de la acera. Dentro también hace frío. Más. Las casas viejas y vacías siempre dan frío.

Ayer pregunté y la casa de Ángela, ahí enfrente, también está vacía. Vacía de todos ellos. No de gente, hay unos nuevos que hacen ruido y tienen un ejército de niños y música y la mujer-madre parece medio hippy, toca el piano y no se pone bragas, eso me dijo el nieto de Doña María, que me trae el parte diario y me resume la actualidad del barrio, como para que lo recupere, como si eso fuera posible, es su madre, seguro, tan igual a la suya, que me dijo no sé qué de las raíces y los reencuentros. Esas Marías siempre han sido un poco esotéricas. Me manda al chico cada día para que me siente arropado. Bien podría comprarme una manta, que todas las de mi madre están zurcidas.

Hay un montón de estrellas esta noche. Los idiotas cuentan las estrellas. Y los enamorados. Eso, pues, los idiotas. Lolita siempre dijo que yo no era romántico. Porque no la llamaba mi vida, ni le decía lo guapa que estaba, ni lo bien que cocinaba o cómo me gustaban sus besos, pocos, pero sí, me gustaban. Los besos siempre gustan. Eso no hay que decirlo. O sí. Por eso se marchó. Se sacó el niño de las entrañas, para que no tuviéramos nada ni nadie nuestro. Y se fue. Le habrá ido bien. Con ese pelo negro y sus andares de gata, con esas manos como mariposas y su risa como la marea, ahora crispante, ahora pura caricia. Tenía buen culo también, pero eso le jode a las mujeres que se lo digan, después viene lo de no eres romántico. Lolita era una buena mujer. Se equivocó. No soy un hijoputa, pero tenía razón, es que no soy romántico, no le regalé estrellas y así se ahorró tener que devolvérmelas, aunque yo la quisiera desde que teníamos narices. No sé nada de ella. Ni falta que me hace. Menos cosas que pensar.

A lo mejor no tenía que haber vuelto de Alemania, a esta edad, con esta vejez en los huesos, con este idioma medio perdido y con toda esta gente que no está. Claro que aquí no iban a estar esperando por mí. Si te vas a buscarte la vida, la vida no se queda esperándote al otro lado. La vida eres tú. Va contigo. Los otros se van yendo y tú sigues. Es así. Sigues esperando el final en el sitio que elijes. A veces te equivocas de sitio. A veces no sabes si te equivocas, pero a lo hecho, pecho. Y esperas. Te vuelves tiempo en espera.

Y un día el tiempo se vuelve generoso y se acaba.

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