LA SUMA DE SUS PARTES

LA SUMA DE SUS PARTES

Drago Milenario (Google Maps)

Lo primero que hice al llegar, fue recoger del suelo dos piedritas que llamaron mi atención y disimuladamente, escondí en el bolsillo del pantalón. Ese día todo olía diferente. La música se escuchaba por todos los lugares, como si se tratara del mismo aire. Era tan emocionante, parecía que vivíamos en un set de cine. Sus calles eran como puertos, donde cada barco disfrazado de peatón llegaba para seguir o quedarse. Un lugar mágico y abrumador al mismo tiempo. Ver y sentir la cantidad de historias que navegaban a diario por sus calles empedradas, bordeadas por la vegetación autóctona. Ese lugar donde mi niñez pudo conectarse con mis orígenes y antepasados; donde toda la magia comienza…

El sitio de mis sueños está en Icod de los Vinos, en Tenerife – España. Allí mi barco aprendió a navegar y descubrir un rumbo a la escritura y la curiosidad. Donde comencé a enlazar nudos y a tirar del timón con tantas costumbres que teníamos en común. Comparé recetas que no eran del todo desconocidas para mí. Como por ejemplo, el sabroso potaje de coles o las tiernas papas arrugadas con mojo canario; pude correr y disfrutar de los platanales y las huertas que bordeaban la casa de los abuelos. Trepar a los árboles para saciar el apetito de higos, granadas y tantas frutas deliciosas. Recordar con alegría, que en más de una ocasión nos hicieron correr por los gritos de los vecinos que decían: ¡Vengan, vengan americanos, hijos de Julio! ¡Vengan para conocerlos! y despavoridos, no nos dábamos cuenta que nos invitaban a sus casas a comer dulce y buñuelos. Una zona tan especial que invitaba a la aventura y con el paso de los días, se iban escribiendo en mi memoria tantas experiencias, para luego ser transformadas en relatos, cuentos y poesías. Es difícil después de cuatro décadas, olvidar sus olores, sabores y sobre todo lo que quedó captado en mis pupilas. Incluso debo admitir, el hecho que no es fácil para mí colocar imágenes del Google Maps, porque siento que no son las mismas que conocí pero que aún así, busqué en su esencia.

Para ese entonces, contaba con nueve años y por infortunios de la vida, afrontábamos la pérdida de mi madre. Una canaria que junto con mi padre, que también era canario, había emigrado hacia Venezuela. Con cuatro hijos y con apenas unos meses de fallecida, él pensó que sería una buena idea refrescarnos con la posibilidad de conocer abuelos y demás familiares. Sin darse cuenta del enorme efecto que tendría ese viaje, en mi vida.

Recuerdo lo fascinante que fue conocer a mis abuelos maternos y paternos. Ellos dieron un descanso para ese dolor y esa pena que existía en nuestros corazones. Siempre en la mañana, la abuela me pedía que fuera por el pan y me daba unas monedas que eran tan distintas, a las monedas que me daba mi madre para los mandados. La primera vez que fui por el pan, fue tan gracioso, porque no esperaba que un señor con una camioneta blanca fuera el panadero. Recuerdo tanto que a pesar de no vivir allí, recorría un camino de tierra que sólo me pedía que lo siguiera. Sin miedo a perderme; como si todo estuviera conectado, a la casa de la abuela. Un camino maravilloso que conocí, extendiendo mis manos como alas de pájaro. Tocando improvisadamente, mientras caminaba por su sendero. Cada rama, tronco u objeto que estaba allí; cómo esperándome para que lo conociera a través de las yemas de mis dedos… abiertos a tanta belleza.

Era tiempo de cosecha entre mayo y julio. Aunque pronto volveríamos a Venezuela, tuve la oportunidad de estar en la cosecha y pisar las uvas para elaborar el vino. ¡Fue excelente! ¡ Fue genial! Conocí cómo, en su sencillez la tierra daba papas Bonitas para degustar junto a mi abuelo. Las que se cocían con poca agua y mucha sal. ¡Una locura! Me enamoré de cómo mi abuela contaba historias de los lugares donde mi padre, había conocido a mi madre o de las travesuras que hacía mi madre a los vecinos. Casas donde no tenían puertas cerradas o rejas para sus ventanas, haciendo del paisaje un lugar de cuento.

Todo en aquel momento no tenía comparación con la visita que realizamos al Drago de Icod, declarado Monumento Nacional en 1917. Un árbol que estaba en el centro de una pequeña plaza, bordeada con ladrillos rústicos para su protección. Mi abuelo solía decirme que no lo podía tocar o la policía me llevaría. ¡Ji, ji, ji! Saber los años que ese maravilloso árbol tiene y las historias contadas por sus residentes, era sin lugar a dudas la cereza del pastel. Siempre ese recuerdo me producía tanto respeto hacia sus raíces y ramas. Lo veía como un abuelito para todos los canarios. También pude conocer el Teide tan majestuoso y sublime. Llamaba mi atención, dejando grabado su esencia en mi memoria. Era la suma de todas sus partes. Entre el pasado y presente, a través de anécdotas junto a la memoria cultural de su gente. Conformaban un cuadro perfecto. Para mí, hija de canario, la experiencia servía para conectar dos mundos separados por circunstancias fuera de mi contexto.

Hoy en día sus calles y casas blancas cubiertas con rosas y geranios, sus viñedos con olor a vino, huertas de platanales, su Teide y sobre todo el Milenario Drago, están presentes en todos mis escritos. ¿Quizá, han evolucionado con el tiempo? ¿Quizá se modernizaron? A pesar de no poder volverlos a ver, quedaron en mi alma. Saber que muchos de sus barcos partieron para no volver, igual siguen siendo parte de mi corazón e identidad. Porque mi barco quedó encallado en aquel puerto. Con un gran boquete que no se puede reparar… Una vivencia que trato de revivir en mis historias de abuela, al sonar de mis piedritas entre mis manos.

Mi pequeño homenaje a una tierra donde viví por 15 días.

@Derechos Reservados.

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