Había nacido en Taguay un 24 de septiembre de 1925, un pueblecillo perdido en el mundo. Pertenecía aquel caserío a un país rural, un país situado al norte del sur de Latinoamérica. Era allí donde se había asentado la familia de su padre, luego de una larga travesía en barco desde el puerto de Trieste. A pesar de ello, y de llevar una vida sencilla en un pueblo perdido en el mapa de ese país, su padre le contaba que descendían de familia noble, pues por parte de su abuelo, Bruno Ciano Di Tomasso, había un conde. Además, que por parte de su abuela, Josefine Boyer, provenían de aristócratas franceses, pero al llegar la Primera Guerra Mundial sus vidas tornaron en otra dirección.
Al llegar a aquel país tropical, una especia de Arcadía caribeña sin guerras ni conflictos, donde su abuela simplemente le llamaban Misia Josefina, o Pina, como su esposo con su marcado acento italiano le llamaba. Allí compraron tierras y buen ganado siendo con los años los propietarios de la famosa hacienda El Toro. Ella tuvo poco tiempo de escuchar aquellos acentos extranjeros, ya que esos abuelos fallecieron pronto en esas cálidas tierras, así que nunca aprendió a hablar ni italiano, ni francés, qué pena decía, siempre se lamentó de ello.
Para ella, aquella historia de nobles era como de cuentos de hadas. Se imaginaba castillos y lujosos parajes que no había conocido, pero su padre narraba historias y en su fantasiosa mente lo recreaba todo, para escapar así de aquel entorno tan agreste y rural. Aquel noble que mencionaba su padre, llevaba por nombre Costanzo Ciano, Conde de Cortellazzo y Buccari que vivía en aquella lejana tierra, concretamente en la ciudad de Livorno, localidad portuaria al norte de Italia. Pero su abuelo había decidido abandonarlo todo al inicio de la Primera Guerra Mundial. Ese señor, el conde, era primo de su abuelo, mas siendo de bandos políticos contrarios, había decidido abandonar Italia con su familia en 1914.
Su padre siempre trató de inculcarle que venían de una familia respetable. Él, en aquel país rural, era bachiller, lo que en aquellos tiempos era algo loable. Y además dueño de la tienda de víveres del pueblo. Pero la muerte también sorprendió pronto a su padre. Contaba con apenas veintinueve años y ella con cortos nueve. Cuando la llevaron a verlo antes de morir, la última noche de agonía le decía:Lolita vente conmigo. Su tía Ernestina le decía:Bernardo deje a la niña, usted se tiene que ir solo.
Ella sufrió a mares aquella perdida, pero irremediablemente creció. La separaron de su madre y su hermano menor, la llevaron a vivir con una tía; y con tan solo dieciséis la casaron y enviudó a los veintiocho: Un hombre bueno, decía ella de Alfredo su difunto esposo, quien le dejó ocho hijos, un camión, unas pocas cabezas de ganado y una casa en la capital, que tuvo que ingeniárselas para terminar de pagar. Pero siempre le recordaba a sus hijos la historia que su padre le contaba, de aquellas tierras lejanas y que descendía de familia noble. Sin embargo sus hijos se burlaban diciendo: Vamos madre, será de familia de condenados que descendemos y no precisamente de condes.
Una tarde de febrero de 1958 volvió su hermano de un largo exilio. A aquella Arcadia caribeña la habían sumido nuevamente en una férrea dictadura y siendo su hermano hombre de izquierda, lo habían expulsado del país;Viajó por distintos países, conoció mundo y conspiró al mismo tiempo, lo bueno de aquello fue que su hermano al regresar traería bajo el brazo un libro titulado El Diario del Conde Ciano. Sus ojos aguarapados se iluminaron tornándose en un ligero verde, la portada de aquel libro tenía la fotografía de un hombre, el Conde. En su mente, volvió a escuchar la voz de su padre, sus palabras, escapándose de su boca ¡era verdad, sí existen!.. Al día siguiente con avidez leyó aquel libro, pero todo quedó allí, no contaba mucho de la familia ni de su abuelo Bruno, pues aquel libro narraba sobre la guerra y el triste final de aquel Conde, que había sido fusilado en la Segunda Guerra Mundial. Entonces ese libro quedaría en el olvido.
Cuando contaba con cincuenta y cinco años, uno de sus hijos aún muy joven, comenzaría a trabajar en un Banco manteniendo contacto con los directores. Una de las tantas noches llegó aquel hijo diciendo: Sabes mamá, que uno de los directores se apellida como nosotros, es italiano y me ha dicho – que losCiano somos solo una familia. A ella se le alegraron los ojos y el corazón al escuchar aquello, y dijo te lo he dicho, sí existen, mi padre nunca me mintió-. Pero el muchacho por tímido no quiso indagar sobre la historia de aquel Fabrizzio Ciano. Sus hijos tornaron aquella historia en una broma, llamándola por teléfono simulando llamadas de larga distancia. Desde el teléfono público de la esquina imitaban un acento italiano para burlarse de ella, le hablaban de una herencia y colgaban, riendo a raudales y entrando a la casa como si nada, para escucharla contar la historia de la supuesta llamada desde Italia. Hasta que un día, ella, cuando ya contaba con sesenta y cinco años se dio cuenta de la broma, sentenciándoles: hijos yo no busco herencias, sino que sepan que venimos de gente de bien, eso es lo que quiero que ustedes entiendan.
Aquel Fabrizzio era hijo de Galeazzo Ciano Conde Cortelazzo y Buccari,nieto de aquel conde de nombre Costanzo de quien su padre le contaba allá por 1930. Aquel conde había sido condenado a fusilamiento por su suegro Benito Musollini casi al final de la Segunda Guerra Mundial, así que tanto su padre como sus hijos llevaban razón, eran familia de un conde que fue condenado a muerte en la segunda Guerra Mundial, pero a ella no le importó que hubiese sido condenado a fusilamiento fue un valiente, confirmando eran gente de bien.
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