Mi abuela tenía una mirada serena.
Nunca le escuché dar una voz más elevada que otra, siempre hablaba con palabras que no despreciaban la firmeza, porque ella fue siempre una persona de principios anclados en su propia fuerza. Fuerza que supo transmitir con el paso de los años sin imponerla, porque ella nunca se impuso de forma violenta o turbulenta.
Supongo que su firmeza se fundamentaba en sus años de juventud y en la década en la que entró en la madurez. Aquella época en la que el país donde vivía andaba bastante revuelto y nadie sabía hacia dónde iba o de dónde procedía, tiempos revoltosos en los que se vivía deprisa y ofreciendo todo lo que se tenía.
Mi imaginación viaja a una pequeña estación de tren de un pueblo diminuto donde el polvo cubría los tejados de los edificios, borrando la memoria cercana de sus habitantes. Un polvo marrón que a veces se masticaba y cegaba la visión real de los que vivían en aquella zona. Mi abuela viajaba allí, siempre que el tiempo se lo permitía, desde la gran urbe donde residía: sus hermanos, sus amigos y su infancia estaban allí. Le gustaban aquellos campos amarillos, secos cuya tierra le transmitía la energía de la vida. Sin embargo, no todo era sencillo, entre las nubes de polvo muchas veces aparecían figuras verdes que imponían su poder y a las que había que intentar esquivar de vez en cuando. Sobre todo había que evitarlos cuando se llevaban pequeños puñaditos de comida cosidos en el interior de la falda: unos garbanzos, unas judías, unas lentejas que completarían la estricta dieta ofrecida por las cartillas de racionamiento. Ella apareció en la estación de la mano de su hermana, su abrigo se abría a la altura de la cintura y mostraba una tripa prominente que indicaba un nuevo nacimiento en la familia en unos meses. Su cara blanca destacaba entre el polvo de la estación y sus ojos mostraban la fuerza de su carácter, no paró en ningún momento mientras recorría el andén hacia su extremo. Los guardias iban y venían cerrando y abriendo puertas del tren que había llegado hacía unos minutos, revisando personas, paquetes y pidiendo documentos. Ella bajó la cabeza mientras apretaba con fuerza la mano que le acompañaba, sentía los bolsillos interiores golpeando su cuerpo de forma rítmica. Cada paso un pequeño choque, su respiración era cada vez más rápida pero sabía que debía alcanzar el final del andén.
- Su documentación, por favor- Les abordó un guardia.
Ambas mostraron sus papeles sin decir ninguna palabra. No podían mirarle a los ojos porque si lo hacían, quizá revelarían su temor.
- Gracias, continúen por favor- Les ordenaron tras revisar la documentación y mirar sus caras.
Ellas siguieron hacia delante sin mediar palabra. Cuando llegaron al final del andén, se aproximaron al tren que estaba parado, una de ellas giró rápidamente la cabeza y dijo:
- ¡Ahora, Nati, agárrate fuerte!
Una mano masculina y fuerte surgió de la ventana del vagón, mientras a mi abuela su hermana la alzaba desde el suelo hasta la ventana. El polvo era tan denso que no se veía si alguna figura verde estaba cerca o, quizá, se entretenía en otros menesteres. Desde dentro varias manos la fueron metiendo en el interior del tren, ella notó cómo su cuerpo rozaba el cristal y los bordes de la ventana. Con la mano que le quedaba libre se cubrió el vientre. Pensaba en la vida que estaba dentro de ella y cómo podría sufrir por aquellos pequeños golpes. Con la cabeza dentro del vagón sonrió y vio las caras de las manos que le habían ayudado. Entre ellas estaba las de su compañero en esta vida que le había tocado, su amor. Con sus ojos grandes y sus manos temblorosas la rodeó:
- Ya está, ya está….Quédate aquí. Arrancamos el tren y nos vemos en Madrid.
Ya está, ya había pasado lo peor. Ahora sólo quedaba esperar y llegar a la gran ciudad. Su vientre seguía vivo y sus raciones de comida seguían pegadas a su cuerpo. Ahora podría dormir y soñar con aquellos días en los que la vida era sencilla, tan sencilla como pasear por el campo y disfrutar de las cosas simples que le ofrecía el aire libre. Cerró los ojos, sabía que ya se podía serenar.
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