Cuando cumplí un año, mi tío abuelo era el Almirante. Sus vacaciones estivales transcurrían en la base de Puerto Belgrano y allí fuimos invitados. Mamá se esmeró en el vestuario de todos, particularmente en el mío, que debía estar de punta en blanco todo el día. Una señora le preguntaba por la mañana cuál sería el menú de la niña para el almuerzo y la cena. Otra señora le pedía que le entregara cualquier prenda que debiera ser lavada o planchada. Otro señor le preguntaba cómo le gustaba el café y si deseaba tomar el té en el comedor o en el jardín. Mientras, papá y el Almirante jugaban al ajedrez, en la galería. Durante una de esas partidas, interminables, yo deambulaba con mamá alrededor. El tío abuelo anunció “jaque mate” y me largué a caminar en ese momento.
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