“Lo mío es patológico”, era para mí una contundente verdad que me aprisionaba y torturaba. Una visita obligada al psiquiatra estaba en la agenda impostergable este año. Sin embargo, una tarde alegre en que observaba a mi padre jugar con mi hija, advertí que era hereditario. Sonreí y me dije con ineludible alivio: “Lo llevo en mis genes gracias a mi padre “el rey del regateo”” .

En efecto, Pedro, mi padre ha sido siempre un hombre ahorrador, no tacaño, nada miserable, pero sí ahorrador al extremo. Recuerdo, que de niña comprar coca cola en casa para era un lujo. Nunca fue ni siquiera una bebida de fin de semana. La asocio más a cumpleaños o a visitas de familiares muy cercanos ( los cuales vivían tan lejos que apenas llegaba una o dos veces al año).

Mi padre no bebía cerveza y no porque no le gustara su sabor insípido, si no que era por no gastar. Por eso no hay en mis recuerdos una imagen de él borracho. Jamás lo vi con un vaso de cerveza en la mano. Pero el vino amaba el sabor dulce de los vinos baratos. Para él un placer beberlo en ocasiones muy especiales. Y claro de “Picadito”, con lo rico que era, ahí no se medía, compraba un poquito más y lo compartía con sus hijos y esposa. De ahí mi pasión por los vinos.

Y sin embargo Pedro es el más responsable de los padres. Siempre llegaba puntual de su trabajo a casa: a las 4 de la tarde, de lunes a sábado. Ni un minuto después. Y sólo faltó en 35 años de trabajo el 21 de marzo de 1994, el día que se casó su primogénito. Con permiso y con tarjeta incluida. Mi padre, creo es el más fiel de los esposos. Supongo, solo supongo. Pero pruebas contundentes tengo: llegaba todos los días a la misma hora, y los domingos, su día de descanso, acompañaba a mi madre en su negocio. Incluso ahora trabajan juntos en su panadería. Siempre paseaba con mamá y con nosotros. No salíamos mucho al circo o a los juegos mecánicos, pero a los que sí fuimos lo recuerdo como si fueran ayer. Esas imágenes son inolvidables. Quizás recuerde muchos detalles, porque aprendí de niña a valorar los momentos de diversión. Mi papi siempre nos llevaba de paseo. Pero no nos llevaba en su auto, porque no tenía. No nos movilizaba en micro, porque había que ahorrar para construir la casita. Sin embargo, nos compraba las zapatillas más caras y durables—mínimos cinco años—con las cuales deberíamos emprender nuestros maravillosos e inolvidables paseos a Lurín y Pachacamac . Y en verano a las playas del sur. Mi padre nos hizo aprender a disfrutar de las caminatas y de pasar momentos en familia. Y siempre nos hablaba de que desde muy niño abandonó el hogar paterno para trabajar en las minas y en las carreteras. Yo siempre escuchaba sus historias y de hecho he heredado todos sus defectos y el amor por las caminatas y lastimosamente, ese don del ahorro al extremo. Supongo que soy de las que prefieren caminar cuadras antes de pagar un sol. Supongo que prefiero un libro usado a uno nuevo y de hecho, prefiero—cuando me animé por fin a contratar un servicio de cable—el limitado Cable Más al increíble y fascinante mundo de Directv. Y de hecho mi celular, Siemes de fines de los 90, es una vergüenza según mi Mechita. Pero es útil y prepago. Además estoy duada con toda la familia y gente vinculada al negocio. Ahora, que tengo un negocio soy multifacética: soy la jefa, la administradora y la empleada más eficiente. Digo esto, porque este negocio es temporal. Me gusta sólo un poco, pero prefiero ahorrar para emprender uno más relacionado con lo que estudié: periodismo. Por eso hago el trabajo de tres personas. Y de hecho, puedo pagar a una empleada, pero ese dinero prefiero ahorrarlo para así salir más rapidito de este rubro.

De mi padre aprendí a disfrutar del arte de pedir rebaja. Escribo disfrutar, porque mi padre goza aun pidiendo rebaja. De niños, le encantaba comprar con descuentos en las ferias escolares, en el mercado y en las tiendas. Iba orondo de tienda en tienda, con sus tres chamacos en busca de zapatos durables y resistentes al polvo y la arena, pero a un precio que él consideraba justo. Y de hecho lograba descuentos increíbles, no caía pesado y hasta se hacía amigo de los vendedores.

De mi madre, aprendí a vender. Ella sabe negociar con los clientes y de hecho es de las pocas que no se dejan convencer con rebajar su mercadería. Tiene un don pero ese don lo heredó mi hermano Marcos. Yo sólo aprendí sus truquitos, su pasión, pero no tengo el don que mi hermano nos regodea en la cara cada vez que maneja su carro del año y su próspera panadería. Sus hijos, lindos ellos, son todo lo contrario a nosotros: odian caminar y el ahorro no es parte ni de sus vidas ni de su vocabulario.

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