Era el muchacho más guapo de la universidad. Rico. Educado. Encantador.
Yo era la chica más bonita del grupo. No tan rica. Educada con monjas y jesuitas. Ingenua. Confiada.
Estudiamos y acabamos juntos la carrera universitaria. El noviazgo. Los planes para la boda. La pareja ideal. El futuro color de rosa.
Un día le pregunté por qué sus estudios habían sido tan tardíos; tenía 9 años más que yo de edad. Me respondió con esa poca precisión que acostumbraba siempre para dialogar, que había dejado la escuela unos años para trabajar en las empresas de su padre, que no estaba seguro de lo que quería estudiar, y que además había estado vagando un tiempo por Europa, tratando de encontrase. Nada definido, nada contundente, nada específico.
Ese fue el inicio de los 25 años de vida en común con un hombre al que no pude comprender y del que nunca obtuve ninguna explicación clara de nada .
Creo que él mismo no sabía las respuestas.
Dos días antes de la gran boda en la Profesa, con vestido importado, regalos, invitaciones, banquete y demás parafernalia; mi futuro suegro me llamó a su despacho y me informó de una situación, que aunque él consideraba sin mayor importancia, también creía que yo tenía derecho a conocer .
Supongo, me dijo, te habrá extrañado que tu futuro marido haya terminado la carrrera al mismo tiempo que tú, siendo 9 años mayor. La razón te la voy a explicar en pocas palabras: cuando él tenía 18 años vino a vivir a esta casa una sobrina de mi mujer, que residía en la provincia y que pretendía estudiar en México. A los pocos meses de estar estudiando y viviendo con nosotros, nos comunicó que estaba embarazada de mi hijo, mismo que va a ser tu marido dentro de dos días.
Como te habrás dado cuenta, esta es una familia decente y conservadora, por lo que se tomó la decisión de casarlos por el civil. Yo le regalé a él un departamento y le di trabajo en uno de mis negocios. Nació una niña y vivieron algunos años juntos, pero finalmente no se entendieron y mi abogado tramitó el divorcio. Ella se regresó a su pueblo con la niña y desde entonces no se ha vuelto a tener contacto con ellas. Mi hijo no quiere saber nada y nosotros tampoco.
Quiero que sepas que no tienes ninguna razón para preocuparte por los inconvenientes que pudieran surgir, debes estar segura que yo tengo capacidad para controlar cualquier situación en cualquier terreno.
Si tienes alguna duda o pregunta, éste es el momento para responderte.
Yo, que tenía todas las dudas y todas las preguntas, estaba tan aturdida que fui totalmente incapaz de hablar, solo atiné a decir que no tenía nada más que preguntar. Me incorporé del asiento dispuesta a salir y escuché la voz de mi futuro suegro diciendo: sugiero que tú también pongas estos hechos en el rincón del olvido, donde los hemos puesto nosotros.
Dos días después estaba casada por lo civil y por la iglesia con un hombre que nunca habló una palabra sobre su anterior matrimonio, ni de su hija, ni de su divorcio. Formando parte de una familia que se ufanaba de ser conservadora y decente y con un suegro que a base de dinero, poder y violencia dominaba todo en su entorno.
25 años de matrimonio, un hijo, y la convivencia con un marido al que nunca pude conocer, ni descifrar, ni entender. Al cabo de los 25 años comprendí que eso no tenía nada que ver con la vida de pareja y tomé, aunque tardíamente la decisión de divorciarme.
Mi suegra, que obviamente era una mujer sumisa y sufrida, siempre había sido muy buena conmigo pero lejana y poco comunicativa, sinembargo yo le tenía cariño. Decidí ir a verla y despedirme para agradecerle su buen trato de tantos años. Quería darle un abrazo y decirle adiós de manera más o menos formal.
Me recibió en su recámara y por primera vez en la vida me habló en un tono diferente, como quien tiene la necesidad de confesar un secreto. Me dijo: te voy a revelar una historia que solo supimos tu suegro y yo. Quiero que tú la conozcas para que puedas entender, si no del todo al menos un poco, el comportamiento de mi hijo.
Hace más de 35 años cuando mi sobrina vino a vivir a esta casa, al poco tiempo yo me di cuenta que tenía relaciones sexuales con tu suegro y poco después con tu marido, o sea con el padre y con el hijo. Yo nunca dije nada, tú sabes que yo me he pasado la vida callando.
Cuando mi sobrina nos comunicó que estaba embarazada, tu suegro me informó que el hijo podía ser de él o de mi hijo, pero que eso solo lo sabían él y mi sobrina, pues mi hijo no estaba enterado que ella se acostaba con ambos.
Tú sabes bien que en esta familia nunca se han hablado las cosas claras, y en esa ocasión menos que nunca. Yo recibí la orden de callar y de aceptar el matrimonio decidido por tu suegro, cosa que obedecí.
Hasta el día de hoy no sé si tengo una nieta o una hijastra. No sé si tú suegro tuvo una hija o una nieta y no sé si mi hijo, tu marido, algún día supo o sabrá que lo obligaron a casarse porque iba a tener una hija o una hermana.
Tu hijo tampoco sabrá nunca, porqué su padre era tan difícil de entender y tampoco sabrá si tiene una hermana o una tía.
Tu suegro y mi sobrina están muertos. Sólo yo conozco estos secretos de familia de los que nadie quiso hablar.
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