Tertulia de familia y cena en empresa

Tertulia de familia y cena en empresa

Pepe Benitez

25/11/2017

Hace cincuenta años en mi familia era costumbre tomar las uvas de aguardiente en las mañanas de navidad, previo aviso de mi madre para abrir el tarro de cristal después de cuarenta días cerrado en la alacena de la casa macerándose en la despensa. Un día muy temprano nos despertó la claridad del alba asomando por el techo mientras la levantera se llevaba la cumbrera de la choza. Quedamos encerrados entre un cúmulo de pasto que colapsó la puerta a su paso de un ciclón, acudieron los vecinos ante las llamadas de socorro.

En aquellos años en las calles sin asfalto, carente de sistema de saneamiento, sin infraestructura para el agua del grifo, la estructura familiar, encabezada por el padre de familia en trabajos a condiciones y requerimiento de gran fortaleza física. La madre empleada en duras labores, adecuadas a los tiempos donde se desenvolvía la pobreza y austeridad que alcanzaba a la infancia y juventud prematura, por lo general se incorporaba en ayuda familiar al trabajo en el campo. En las costumbres y los juegos afloraba las manualidades y artilugios dirigido en aplicaciones de actividad física.

Las viviendas aún sin televisor a color, en la ubicación, la señal era nefasta en el receptor blanco y negro. La radio difusora y protagonista en el entretenimiento. En la decoración no faltaba el cuadro de los cónyugues y familia ubicado solemnemente en el centro.

En los eventos de sociedad, los domingos íbamos de paseo o en bicicleta, transitando en la vereda através del cercado en el camino hacia la visita de los familiares. Mi tío tenía dotes de gran comunicador y filósofo natural. Nos daba caramelos y nos sentábamos en el hogar en banquete de corcho alrededor del brasero, nos hablaba con voz melodiosa y le escuchábamos atentamente en la choza dentro de un entorno de la huerta, viña y perales. La plantera de eucaliptos testigo de los juegos y el columpio vacío se mecía al susurro del viento, mientras el abuelo proseguía, la cafetera irrumpía con café hirviendo en la hornilla de fuego en las ascuas del carbón incandescente.

El primo, trabajaba en Alemania y en vacaciones traía un sofisticado bolígrafo inmerso en la censura y nunca visto, me mandaba a la tienda por «La casera» que tomábamos en el patio bajo la parra en el almuerzo, en presencia de una gata blanca que se venía andando y me acompañaba al autobús cuando iba de mañana al colegio.

El respeto en la cuestión, no nos dejaban entrar en conversaciones de los mayores, a veces, escuchábamos en las tertulias que versaban sobre dos bandos durante la guerra y del año del hambre rondando los años cuarenta. Los tiempos avanzaban y la mayoría de mi familia y familias numerosas emigraron a las zonas industrializadas de Barcelona y Valencia. Teníamos noticias de los familiares por cartas, mientras en las noticias de la radio, el país marchaba gobernado por las leyes ya de Franco.

En familia se hablaba de los sucesos durante la república. De los vecinos de mis padres: el abuelo y su nieta de que pasaron a ser héroes en la historia de España. Sucediéndose palabras entrecortadas y silencio. A los mayores se les cambiaba la expresión en la cara cambiando el gesto cuando se hablaban de los sucesos.

Historiadores, prensa, ilustres poetas se pronunciaron en la literatura; quedando documentado la suerte de las familias en la calle de este barrio en los libros de historia de manera notoria. Lo último que leí fue acerca de unas rosas que sembraron en el lugar de la razia: cuando esperaban que salieran rojas, en sus tallos aparecieron flores de color blanco.

Ochenta años después, casi en el lugar de los hechos, se situaba el murmullo constante del restaurante lleno de comensales. Unas flores naturales decoraban las mesas, al alcance de aquellos floreros con el toque magistral de aquellas mujeres empleadas en el empeño de aquel salón decorado y acogedor, solemnemente catalogado, alcanzaba las estrellas de la última generación.
Servilletas cuidadosamente superpuestas en aquellas mesas con mantelería a doble cubierto, clasificación de cinco tenedores. Entre copas en formación y presentación de hileras delineadas alrededor de aquellos vasos de cristal de bohemia llenos de hielo al cúbico con encanto.
La estancia contiene museo, teatro con expléndido escenario, habitaciones de diseño, barra y restaurante lleno de pequeños detalles; el local fue decorado en diseño genuino de modo artesano reconocido en medios especializados como sitio entrañable.

La calidad a la altura de la buena mesa y servicio exquisito, siendo el humor servido y contratado en las actuaciones en un espléndido escenario. Durante la cena, al primer plato le pusieron setas, primero en designación se tomó como sopa. A lo segundo, después del entrante, un melón con jamón después del descorche en botella cerrada de vino excelente que fue servida y bebida para lo siguiente.
Al servicio platos y delicatessen con servicio profesional extraordinario.
Hubo coctel suculento en la puerta. Un chupito y copas en la barra. Ensalada de impresión, un postre de melocotón.

Clientes y personalidades visitaron el museo del complejo, pernoctando en habitaciones temáticas de un hotel con nombre de posada Utopía, de gusto prólijo, con la música debidamente ecualizada, producto de una elaborada sonorización en un recinto acústico magnífico.
Cenas que empezaron en murmullo de fondo y turbante, en el cambio de tercio comenzaba la orquesta mientras se iba rompiendo el hielo en un ambiente de musicalidad donde los graves en sonido harleydiano turbaban debajo de las mesas. Los medios agradables, el agudos en siseo sensible cuando comenzaba el baile.
Aquella noche después de una cena en familia, casi en el lugar de los hechos, por las calle de Casas Viejas de regreso a casa, me llamó la atención un nombre escrito en un cartel en el contenedor cerca de la fonda de Utopía. Un cartel digno de la supremacía de coleccionista.
Apareciendo el nombre de la heroina que nombraban, confirmándose la leyenda que nos contaba el abuelo desde la choza.

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