La mayoría de las personas dan por hecho a sus familiares; nacen y ya están ahí, para bien o para mal son parte de su vida. Yo, por mi parte,tengo una historia familiar un tanto cuanto «peculiar», si es que me permiten regalarle una sonrisa al ego.
La búsqueda y reconocimiento de dicho parentesco dio inicio meses antes de mi cumpleaños número veintidós, hasta esos días lo único que poseía, y que me otorgaba todo el sentido de pertenencia necesario para mi existencia, era mi fabuloso Chevrolet Nova SS del 69; en realidad no podría describirles lo que significaba para mi ese carro, pero cualquier persona que tenga como única posesión su máximo anhelo lo entenderá… Así que me encuentro en mi casa de una sola planta a orillas de la ciudad, los rayos del sol me habían despertado (en verdad es mucho más agradable despertar por el baño de luz y una cálida caricia que por un chirriante sonido), me dirigía a la cocina para preparar algo de desayunar, cuando toda mi existencia se cruzó con una nota dejada, con premeditada malicia, en el centro de la mesa:
«3586 km para encontrarnos y, con suerte, encontrar tu descendencia.
Con amor, tus padres»
¡Carajo! nunca me había preguntado acerca de ellos, y ahora se presentaban con una cobarde nota, esperando que yo corriera emocionado hacía un abrazo que nunca pedí. Mi reacción natural fue destruir aquél pedazo de papel, prepararme unos huevos, freír un poco de tocino, tomar una cerveza de la nevera y sentarme a degustar ese verdadero abrazo de la vida. Más tarde cogí mis llaves, necesitaba despejarme un poco, salir sin rumbo un rato, entré al carro e inmediatamente me sentí bien, encendí la radio y sonaba «Secret Enchanted Broccoli Forest» de The Babe Rainbow, abrí la guantera para tomar mis lentes de sol y… ¡estaba repleta de dinero! obviamente también había otra estúpida nota:
«Hacía el sur»
Ahora mi reacción fue diferente, uno toma mejores decisiones con el estomago lleno, tenía una guantera repleta de dinero, estaba en mi carro, sonaba una canción genial y en casa no tenía nada para la hora de la comida. Así que me puse mis lentes, subí el volumen y me dirigí 3586 km hacía el sur.
Un viaje se puede dividir, a grandes rasgos, en tres etapas; el inicio esperanzador, la mente se va preparando para otras realidades, echas un último vistazo a tu ciudad, sabes el camino, sabes como salir de ahí y te permite darte cuenta que no importa que pase saliendo, cuando regreses todo seguirá igual. Luego viene la parte media, el trayecto, o como me gusta llamarle «el portamento del viaje», donde te vuelves un receptáculo de vivencias, visiones y personajes por demás interesantes. Por último tenemos nuestro destino,donde se da la catarsis y entendemos cuanto nos ha cambiado el trayecto. Mi entrada al portamento del viaje fue en una vieja gasolinera, paré a llenar el tanque, no me gusta hacer muchas paradas cuando salgo, entonces observé a un hombre sentado en la estación, daba la impresión que había visto pasar varias cosas en esa carretera, su piel quemada transmitía un extraño aire de sabiduría, ajustó su gorra y con una expresión amable me dijo:
-¿Por qué viajas solo? siempre es mas agradable el trayecto cuando tienes alguien al lado con quien reír…
-Me gusta concentrarme en el camino, cuando necesito reír un poco prefiero parar a cargar gasolina- le dije, sintiendo que respondía a una especie de «prueba».
-Jajaja, eres igual a tu padre, pero no olvides quién te trajo a este mundo y visítala más seguido. Siempre que necesites reír un poco puedes parar a cargar gasolina e intercambiar algunas palabras con este viejo tío, pero sería mejor si también trajeras algunas cervezas.
Después de eso decidí cargar medio tanque solamente, aquella pequeña charla me había dado una tranquilidad inexplicable, sentía que ahora tenía un cómplice al que podía recurrir mientras iba camino a mis padres.
Tenía ya varias horas manejando, los paisajes eran hermosos, tranquilos, puedes ver las montañas a lo lejos, enormes, rodeandote, pero la carretera siempre me marcaba mi camino, me protegía de aquellos gigantes. De repente sentí una necesidad imperante de parar, de sentarme a orilla del camino; me senté , tome un puño de tierra y jugué un poco con ella, como si mi madre me estuviera cuidando de cualquier peligro mientras veía como me divertía, pase toda la tarde ahí, contando todo lo que había vivido hasta ese día. De pronto, como si aquélla figura maternal saliera de la sala, dirigí mi vista hacía el otro lado de donde me encontraba, un enorme buitre me miraba fijamente, como una mirada matutina ante el espejo del baño, tenía el paso de los años en su cuerpo, un animal enorme, seguro, con fuerza y salvaje, recuerdo que no sentía miedo, mas bien sentía admiración. Después de permanecer unos momentos así extendió sus alas y se postró en el techo del carro, lucía cansado, me observó un par de minutos mas y siguió su camino, yo hice lo mismo.
Al día siguiente tuve una sensación extraña, en verdad no deseaba llegar a mi destino. Luego pensé en aquél buitre; lucía mas cansado y aún así continuó su camino, aparte estaba seguro que la carretera no dejaría que me pasara algo malo.
Llegando a mi destino simplemente apagué el carro, no me bajé, después de varios minutos en silencio tomé un trozo de papel y escribí:
«Queridos padres, no tuve suerte, no encontré a mi descendencia,
pero confió en que ustedes tendrán más suerte y la sabrán guiar
hasta mí…»
Encendí el carro, en la radio sonaba «It´s so Easy» de Willy DeVille, saqué la mano, solté el trozo de papel y arranqué.
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