Siempre que miro esta foto pienso lo mismo: “No sabes cuánto te necesito”. Y se me cierra la garganta, noto ese nudo que me hace forzar el reflejo de tragar saliva, acto que me resulta imposible porque se me seca totalmente la boca.
Tú, la que me enseñaste a hablar y cantar, a vestirme y abrochar los botones, a atarme los cordones de los zapatos, a peinarme, a pelar y cortar con el cuchillo (cosa que te ponía completamente nerviosa porque al ser zurda lo hacía al revés).
Tú, mi primera maestra de la vida y la que me enseñó a coger mi primer lápiz, la que contaba los cuentos de brujas que tanto miedo me daban porque si no me comía todas las lentejas iban a venir a buscarme.
Tú, la enfermera que cada vez que me caía o dolía algo tenía una caricia y un beso que amortiguaban el mayor de los dolores.
Ahora, que lo que más necesito es sentir tus abrazos llenos, tus manos calientes y suaves, ya no estás. Cada vez que notaba que me rompía por dentro decías sabias palabras que me reconfortaban, que hacían que sonriese y que por un momento las lágrimas dejasen de brotar. Y el desconsuelo se apagaba un poco al escuchar: “Anda, tontona, siempre hay un roto para un descosido. Y ese… era poca tela para ti”. Y acto seguido, para que esa cría con ojos rojos de tanto llorar y a la que parecía que se le acababa la vida por las mejillas chupadas de tanto dar vueltas y vueltas a algo que no tenía solución; parase de pensar; te levantabas de tu silla, dejabas las agujas de tejer metidas en el cesto, y con calma te ponías manos a la obra: amasar, batir, mezclar, hornear…Eran tus acciones-soluciones para cualquier mal del alma o del cuerpo.
Hoy te necesito. Tata, te necesito. Después de 7 años te necesito. Porque esta herida que lleva ya meses, aunque está cicatrizando, aún duele. A veces, y esta es una de ellas, sigo sintiendo el puñal clavado en el pecho, continúo oyendo las flechas silbando “me estoy agobiando”, “no estaba preparado”, “este es un compromiso que no sé si quiero asumir”… Tata, necesito esa sensación confortable de acurrucarme cerca de ti, de tu olor a lavanda, de tu calma susurrando mientras me acaricias el pelo: “Más se perdió en Cuba y volvieron cantando”.
Tú siempre cantabas mientras te movías en ese laboratorio de aromas, sabores y texturas. Ese lugar en el que me gustaba leer y escribir, aunque a veces las hojas se llevasen alguna mancha de grasa o gotas del té con el que agasajabas a todos tus invitados.
Voy hilando sensaciones, sentimientos y los recuerdos afloran. Supongo que cuando estamos tristes el cerebro intenta evocar sensaciones placenteras como autodefensa. Pero el mío, ahora mismo no está muy acertado.
Mientras tecleo, te recuerdo, sonrío y me culpo por no haber podido llegar, por no haberme despedido.
Y sin esperarlo, ahí está la última vez que te vi a través de la cristalera, sentada con tu bata de cuadros azules y verdes turquesa; el pelo corto y blanco que te peinaba y repeinaba desde que tengo uso de razón; tu mirada gris, dulce, comprensiva y sabia, que nada más que me veía sabía perfectamente lo que necesitaba antes de que pudiese articular “Hola, Tata”.
Respiro. Me levanto. Hago tu bizcocho. Me acerco hasta la estantería donde tengo esta foto. La cojo y la llevo a la mesa. Y sigo escribiendo.
Tata. Nunca te llamé “abuela”, “abuelita”, “abu”. Eres mi Tata. En medio de este maremoto en que mi vida se convirtió hace unos meses, tiempo en el que he tenido que reconstruir cimientos y rutinas, tiempo en que me estoy dando cuenta de las personas que de verdad importan porque me apoyan, me escuchan, me consuelan y me aguantan, han tirado y continúan tirando de mi y hacen que me abra a nuevos horizontes y conozca otros lugares y atraviese fronteras inexploradas para mi; sigo notando tu vacío.
Pero, como decías “lo que sucede, procede”. Y siempre hay que apreciar lo que se tiene y si hay algo o alguien que se queda en el camino, por algo será.
Me consuela saber que allá donde estés seguro que me has visto hacer tu bizcocho. Y estoy completamente segura de que me has criticado por utilizar la batidora en lugar de mezclarlo a mano.
Ya noto el olor que invade el apartamento, y que me transporta un poco a tu lado.
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