La pícara Tía Candelaria

La pícara Tía Candelaria

zeferino silva

05/11/2017

Me hubiera gustado que conocieran a mi tía: Mal hablada, cuenta chistes, vacilona.

Y si no ahí está el cura de pueblo, que mi tía invitaba a comer sólo para ponerlo colorado cada dos o tres minutos, aunque a veces solo se atragantaba. Pero eso sí, nunca dejaba de ir.

Era hermana de mi abuela materna y nos visitaba un mes al año, esos treinta días los pasaba en mi casa, con ella era un gusto platicar, porque hasta los cuentos más sencillos los contaba diferente: como el cuento de caperucita roja.

Me decía:

Mijo, caperucita no era como todos dicen, yo la conocí porque ella vivía en mi pueblo y si usaba una capucha roja, pero no para cubrirse del sol o de la lluvia, lo que pasaba es que era fea la condenada y fea con F de foco fundido. También es cierto que su madre la mandaba con comida para su abuelita que vivía en las afueras del pueblo, pero la hacía con la intención de que el lobo se la comiera.

Ya está cansada de darles explicaciones a todos, de porque había tenido una hija tan fea. Y en realidad era tan fea que hasta e lobo le tenía miedo, es por eso que la madre se sentía tan ofendida; porque la ley de los cuentos era inquebrantable.

Así que fue a reclamarle al lobo su falta de profesionalismo, pero el lobo se defendía diciendo que tenía prohibido comerse cosas tan feas, y la cosa no quedo ahí. Ambos se demandaron y en el pueblo fue un juicio muy sonado. Se contrataron abogados de renombre, llego la prensa y la radio; la televisión hubiera llegado pero en ese tiempo no había.

Al final el juez llego a este veredicto:

Como la ley de los cuentos estipulaba el lobo sé come a caperucita, y por no haberlo hecho lo sentenciaron a casarse con ella.

Y así vivieron en el pueblo por muchos años.

Y mi tía jalando mi mano, me susurro al oído diciendo:

–Mijo, caperucita y el lobo vienen siendo sus bisabuelos, de donde cree que le viene a su papa lo peludo y lo feo.

Soltera por convicción, aunque hablaban de dos o tres romances.

El más tórrido romance con Don Agapito Tres Palacios, un señor más o menos de la misma edad de mi tía. Y había una cosa que a ella le fascinaba de don Agapito: Tenía dinero.

Pero tenía un pequeño defectito: comentaban que era gay, aunque mi tía decía que se lo podía quitar; el dinero, no lo otro que no era un empacho.

Y entre el ser o no ser pasaron como tres años, al final mi tía se quedó sin dinero y don Agapito con su nombre y apellido.

Dicharachera de primera, a todo le acoplaba un dicho.

Cierta vez le pedí un peso y me dio un beso, me dijo:

–Es mejor ser perro de rico que ser pobre de pueblo.

A mis hermanas siempre les decía:

–Consíganse un buen marido, pero fíjense bien que no esté jodido.

Masajista de profesión, yerbera por tradición, aunque todos los hombres que consultaba diempre salían diciendo: “canija viejita”

Yo no sabía por qué, pero cuando tuve más años me di cuenta: Mucha gente se acercaba cuando mi tía pasaba el mes con nosotros, le llevaban niños porque decía que curaba el empacho, tronaba las amígdalas y hasta levantaba a los muertos.

Yo nunca supe porque muertos, cierto que muchos eran viejos, pero muertos no.

Yo los miraba entrar y salir, a mí solo me dejaba ver como curaba el empacho y como tronaba las amígdalas, pero después de tantos jalones en el cabello las amígdalas de la entrepierna también salían tronadas, porque pegaban unos chillidos como si se los estuvieran arrancando.

Y eso de las levantadas de muertos nunca me dejo ver, ya cuando crecí me preguntaba como lo hacía. Ni modo que se desnudara, tenía como sesenta años.

Y se me hace que ningún muerto se levantaba con tan deplorable exhibición, tal vez si hubiera sido una señora de esas que levantan hasta las piedras del camino, pero mi tía pues no.

Yo más bien me la imaginaba con un vestido tapizado de plumas de gallina, con una mascara de gurú bailando.

No se… la macarena.

Y con un buen manojo de ramas de pirul, azotándosela con furia sobre aquello para que se levantara y dándole una piruliada centímetro a centímetro, por atrás y por delante. O talvez como era una excelente masajista pues quien sabe…

Pero yo nunca mire que nadie se quejara, o que reclamara nada. De hecho todas las mujeres a las que les atendió el marido la consideraban casi una santa. Porque en aquellos tiempos nadie hacia esos milagritos.

Santa candelaria

Protectora de los penes caídos

Los chamacos empachados

Y los viejos aburridos.

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