Sabía que mi madre me abandonaría por varias horas cuando desde la mañana la escuchaba hablar con mi abuela con palabras incoherentes, medias frases y miradas cómplices. Susurraban apenas y se escondían de nosotros. En esas oportunidades mi padre nos llevaba a jugar al jardín y cuando regresábamos, invariablemente ella ya no estaba. Ante nuestras preguntas, siempre las respuestas eran evasivas. Cuando regresaba, horas después la miraba fijamente y siempre había tristeza en sus lindos ojos. Solamente la abrazaba y le pedía que se quedara conmigo. Ella me apretaba en sus brazos, acariciaba mis cabellos y siempre sentía algo húmedo en mi rostro. No me animaba a mirarla, pero sabía que lloraba. Odiaba su llanto culpable. Y empecé sin darme cuenta a odiarla a ella, cuando mi fértil imaginación me transportó a su otra realidad. En una casa bonita, donde otro niño también sufría cuando su madre se marchaba. Y empece a sentir simpatía por ese niño, porque en definitiva el tenía a su mama menos tiempo que yo.
Ella entraba a mi cuarto como antes, para darme el beso de las buenas de las noches, pero yo fingía dormir, porque no quería ver su rostro cubierto de lágrimas. Una vez escuché decir a mi padre «Ya no pienses en él», y desde entonces la seguridad mas absoluta golpeó con fuerza mi inocencia, lastimándola, rompiendo el hermoso ídolo que antaño era mi mamá. Sentía rabia, impotencia pero sobre todo dolor. Me sentía traicionado por ella y mi mente febril comenzó a idear las mas dolorosas venganzas.
Desde ese momento la rechacé y solo quería conocer a mi otro hermano, para romper su máscara frente a él, para terminar de una vez con sus mentiras. Necesitaba herirla, provocarle tanto dolor como yo sentía, que pagara por su culpa.
No se como lo hice, pero logré seguirla, con los ojos llenos de lágrimas la vi salir de casa y la seguí sin que nadie lo notara. Ella caminaba presurosa, por calles que yo no conocía, se alejaba del centro de la ciudad y yo la seguía con rabia, deseando que llegara. Ya lo tenía todo planeado, cuando ingresara a la casa yo dejaría pasar unos minutos y tocaría la puerta. Seguramente saldría el niño a abrir la puerta y yo preguntaría por mi madre. Sabía que le causaría un gran dolor a mi hermano, pero ya tendría tiempo luego de pedir perdón e incluso consolarlo, pero debía demostrarle a ella que yo sabía la verdad. Entonces entendería por qué ya no esperaba por sus besos de buenas noches. Comprendería mi frialdad y el motivo por el cual apretaba mis puños cuando ella me abrazaba, para vencer el deseo de acariciarla.
Al doblar una esquina de repente apresuró el paso y miró el piso, yo sabía que el momento de mi gran venganza se acercaba, y que la vergüenza no le permitía mirar el sol. Frente a un muro oscuro se detuvo y en un momento había desaparecido. Esperé unos minutos y me acerqué, desconcertado. No era así la casa que me había imaginado. Tenía un muro muy alto, sin ventanas y la puerta era de metal o algo por el estilo.
Me acerqué a la puerta y cuando intenté mirar hacia el interior tras unos gruesos barrotes que me impedían el paso, una voz grave me preguntó que hacía allí. Dudé un instante, luego supuse que era el padre de mi hermano y juntando valor espeté «Mi madre acaba de entrar».
Entonces salió, tranquilamente, con un medio cigarro en su boca , y apenas pude sostenerme en pie, cuando vi que era un policía quien me miraba a los ojos diciendo «Este no es un lugar adecuado para un niño de tu edad». Temblando volví a repetir «Mi madre acaba de entrar».
«- ¿Es tu madre la mujer que viene cada semana a ver a su hermano?.Pues debería saber que la cárcel no es un lugar adecuado para un niño».
No podía dejar de temblar y no sabía como preguntar, quería saber, mas que nada necesitaba pedirle perdón a mi madre, pedirle que me abrazara, que fuera a darme el beso de las buenas noches y decirle que todos esos momentos que le robé a su cariño, que no le permití acariciarme me dolieron en realidad tanto como a ella. Necesitaba tantas cosas, pero mas que nada abrazarla.
El hombre no necesito que yo le preguntara, me contó que el hermano de mi madre hacía cinco años estaba allí y se decía que por un crimen que el no cometió. Luego me dijo que no podía estar allí y que debía irme a mi casa.
Caminé hacia el otro lado de la calle y me senté en la vereda, a esperar a mi madre; pude entender su vergüenza, el motivo de las medias palabras y el llanto cómplice de mi abuela. Lo entendí todo y rompí en sollozos. pero con cada lagrima limpiaba la imagen de mi madre.
Poco después salió, con el rostro húmedo por las lágrimas, como yo sabía que saldría, pero solo que esta vez yo estaba esperándola y ella podría refugiar su dolor en mi abrazo y yo podría por fin decirle que la amaba.
Levantó el rostro, me vio y la sorpresa abrió sus ojos y corrí a sus brazos y nos pedimos perdón sin palabras, con un abrazo. Y pudo llorar libremente, abrazándome y yo pude al fin arrancar hasta el último vestigio de culpa.
Y nos fuimos de la mano, lentamente, sin hablar, no importaban las explicaciones. Ambos nos habíamos quitado un enorme peso y solo quedaban dos figuras caminando por las calles, apoyándose ambos en su culpa. Amándose.
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