Ni súper héroe ni hombre ordinario.

Ni súper héroe ni hombre ordinario.

Erendida Alfaro

16/10/2017

Recuerdo que lo besaba a menudo, mis labios se pegaban en su mejilla en cuanto lo veía de nuevo; recuerdo que amaba abrazarlo, y lo cálida y protegida que me sentía entre sus brazos, recuerdo que le preguntaba todo, y creía ilusamente que él no había nada que no supiera; recuerdo que no había nadie más importante para mí que mi papá, lo recuerdo difusamente.

No había héroe más grande que mi padre, o al menos era lo que yo pensaba. Nadie mejor para alcanzar las cosas que mamá guardaba en alto, nadie mejor para cargar las cosas pesadas que necesitaran un cambio de lugar, nadie mejor que él para una hermosa canción cantar.

Mi papá podía hacerlo todo, al menos todo lo que mi madre, mis hermanas y yo no podíamos. Por eso era un héroe, era el héroe de la casa y también un gran maestro. Papá nos enseñó muchas cosas. A pesar de ser mujeres, aprendimos a ser un poco como él, y con el paso del tiempo no lo necesitamos con tanta frecuencia como en el pasado.

Ganamos altura y logramos alcanzar las cosas solas, ganamos fuerza y movimos lo que se debía mover por nuestra cuenta, encontramos personajes más entonados en televisión y dejamos de reunirnos a su alrededor cuando tomaba la guitarra. Mientras nosotras crecíamos papá pasó de ser un súper héroe a un hombre ordinario.

Pero ese hombre ordinario no se rindió nunca, y estuvo presente en todo momento aun cuando no era requerido, ese hombre ordinario nos protegía desde las sombras, y respaldaba nuestros actos siempre que fue necesario.

Los bochornosos abrazos se convirtieron en sonrisas, que me alentaban a seguir cuando las cosas se ponían difíciles; las canciones que ya no le pedía eran ahora consejos que siempre necesitaba; los regalos de los reyes se convirtieron en un pequeño dulce en mi mesita de noche; y las monedas del ratón de los dientes se transformaron en un billete sorpresa en mi cartera.

Cuando crecí, mi padre ya no hacía cosas extraordinarias, y no parecía más un súper héroe, pero siempre me sacaba de apuros. Sabía que podía confiar en sus fuerzas aunque ahora yo tuviera las mías.

Ya siendo adulta, cuando a mi vida llegó un hombre común que, gracias a nuestros hijos, se convirtió en súper héroe y, con el paso de los años, pasó de nuevo a ser un hombre ordinario, entendí que todo lo había malinterpretado. En realidad nunca hubo un súper héroe, ni tampoco un hombre ordinario, solo había un gran hombre que se transformó en un maravilloso padre.

Ahora que soy adulta, vuelvo a sentir la emoción de besar y abrazar a mi padre, ahora le ayudo a alcanzar y mover cosas y, de vez en vez, soy su rey mago y su ratón de los dientes. Porque digna de un padre maravilloso es la maravillosa hija en que él me convirtió.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS